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César Strawberry. © Private

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César Strawberry: Está pasando

Por César Strawberry (@CesarStrawberry), líder de la banda de rap Def Con Dos,

Cuando vas percibiendo que el día a día de tu entorno empieza a asemejarse tanto a las distopías de cómics, novelas y películas de ciencia ficción que, como fan de lo imposible, admiraste y temiste por igual...

Cuando el paradigma de lo que tú conocías como normalidad se va recortando en todos los frentes siguiendo un patrón regresivo bien definido, hasta coincidir en demasiados puntos con profecías literarias de autores que antaño leíste con pasión como Kafka, Orwell, Huxley o Alan Moore.

Cuando descubres en tu entorno constantes vulneraciones de derechos fundamentales aquí y allá, que, a la larga, han ido conformando un patrón recurrente que recuerda asombrosamente al trasfondo de míticos filmes como Farenheit 451, La Vida de los Otros o Minority Report.

Cuando el policía que te multaba ayer por ejercer el legítimo derecho a manifestarse pacíficamente te recordó tanto a aquel personaje de cómic de finales de los setenta llamado Juez Dredd, que perseguía, juzgaba y ejecutaba sentencia sin tener que ponerse una toga.

Cuando resulta que lo que parecían doctrinas jurídicas propias de la arbitrariedad de una dictadura, de ésas que tanto criticaba la Europa en los noventa, se van imponiendo en las más altas instancias de tu propio país, como si fuese lo más normal.

Un momento del juicio contra César Strawberry por una serie de tuits que publicó en su cuenta. © PDLI

Cuando la consecuencia de ello es ver cumplir pena de prisión a un tuitero en régimen FIES por bailar con un muñeco de cartón, a titiriteros pasar una semana en preventiva por representar una obra de marionetas y a hasta trece raperos, ¡trece!, a un paso de tener que estar más tiempo encarcelados por las letras de sus canciones que quienes agreden deliberadamente a personas LGTBI por el simple hecho de serlo, quien apaliza a un inmigrante por racismo, quien ataca sexualmente o ejerce violencia de género, o quien roba millones al erario público para influir en el resultado de unas elecciones con el fin de acabar imponiendo esas doctrinas jurídicas arbitrarias que antes sólo creíamos posibles en aquellas dictaduras y teocracias radicales que en los noventa Europa criticaba.

Cuando el concepto de terrorismo se va ampliando más y más a través de sucesivas leyes de estudiada ambigüedad para poder llegar a criminalizar subjetivamente comentarios, actitudes, y muestras de desacuerdo con el poder que, sin embargo, siguen estando amparadas todas por la libertad de expresión e ideología que otorga a cada persona la declaración Universal de los Derechos Humanos, los convenios jurídicos firmados con la Unión Europea e, inequívocamente, la propia Constitución española que tanto se enarbola, en cambio, para alentar consignas como el “a por ellos” ante un referéndum anulado legalmente de antemano.

Cuando se encarcela preventivamente a cargos políticos electos, se ejecuta el secuestro de un libro, se censura una exposición artística que denuncia lo que el poder no quiere que se sepa o cuando se multa a un chaval por hacer un fotomontaje con una imagen religiosa.

Cuando ves cómo el ritmo de condenas por enaltecimiento del terrorismo se ha ido incrementando de solo 5 en 2011 hasta las 38 de 2016, coincidiendo ese aumento, precisamente, con el fin de la pesadilla de la violencia terrorista de origen local.

Cuando las más altas instituciones jurídicas de tu país dictan sentencias contradictorias

Cuando el delito de odio, que tanto costó sacar adelante en Europa con el noble objetivo de proporcionar una mínima cobertura a los colectivos sociales minoritarios más expuestos y desfavorecidos de la sociedad, se retuerce y manipula conscientemente para ser utilizado en tu país con el fin de criminalizar a quienes cuestionan legítimamente a instituciones del Estado, no ya sobradamente fuertes de por sí, sino exageradamente súper protegidas (doctrina que la propia UE exige derogar), que nada tienen que ver con aquello que en realidad quiso salvaguardar ésa misma ley en su origen.

Cuando el “ten cuidado con lo que dices” ha ido calando culturalmente, sentencia tras sentencia, en una generación de jóvenes que acceden a la plena participación social inmersos en un marco en el que se ha buscado normalizar el hecho represivo como inevitable.

Cuando la llamada “vuelta a la normalidad” significa en realidad asumir un velado estado de excepción como nuevo paradigma. Cuando todo eso, en fin, está pasando en tu país, en tu sociedad, en tu vecindario, es que hay algo que va francamente mal en ellos, y aunque puedas llegar a creer que ese tipo de cosas no te atañen porque no eres “de los que no se meten en líos”, deberías empezar a preocuparte, opino, quizá no tanto ya por ti mismo, que también tienes pleno derecho a pasar del tema, pero sí por los hijos, sobrinos o menores cercanos de tu entorno, con el fin de poder decirles algún día: puse todo mi empeño para que llegarais a vivir en un mundo mejor a aquel en que yo crecí.

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