Entre los hombres, sobre todo durante la adolescencia y los primeros años de juventud, existe una especie de lucha por tener un lugar importante en la manada. Sí… en la manada. No sé si es porque nos dijeron que llorar no es de “hombres”, porque nos educaron en la competitividad, en ser el mejor cada día, en ser el más fuerte, en lo importante de quedar siempre por encima de nuestros rivales... Pero es que, cuando eras más joven, o te ponías al nivel o te quedabas fuera.
¿Quién no se ha fumado un cigarro con 10 años simplemente por la tontería de sentirse parte del clan? ¿Quién no ha robado un disco en el antiguo Madrid Rock para vacilar con sus colegas? ¿Quién no se ha metido en algún lío por estar en el lugar inadecuado en el momento equivocado? Y claro, ¿quién no le ha soltado alguna barbaridad a una chica que pasaba cerca por ser el más chulo del grupo? Seguramente haya mucha gente que no haya hecho nada de esto. A mí, ahora, más cerca de los 45 que de los 25, no me importa reconocerlo.
Siempre he pensado que nunca es tarde para comprender nuestras propias contradicciones. Yo empecé a entenderlas a eso de mis añorados 25. Sobre esa edad empecé a sentirme incómodo en según qué grupos de amigos y ante según qué tipo de comentarios. Frases como “¿dónde vas tan guapa y tan sola?, “qué no me entere yo que ese cuerpo pasa hambre”, “¡olé, por ese vestidito y lo que esconde!”… o palabras más subidas de tono que muchas jóvenes escuchaban en las noches de aquellos años 90, y que seguro siguen escuchando ahora.
En algún momento, no recuerdo cuándo, empecé a preguntarme qué pensarían esas chicas. ¿Les haría sonreír o se sentirían halagadas? Eran las primeras preguntas que me venían a la cabeza. Para muchos, no había nada ofensivo sino una manera de “romper el hielo”, de acercarse a ellas. Eso sí, siendo el más gallito, el más machote, el líder de la manada. Sí, otra vez la maldita palabra…
Más tarde, esas preguntas crecieron y evolucionaron: ¿qué sensación tendrían al escucharnos?, me preguntaba. ¿Qué pensarían al pasar por delante de un grupo en el que la mitad se daba la vuelta y les soltaba una barbaridad? ¿Qué sentirían cuando cada palabra era replicada por otra más hostil? Solo para quedar por encima y lograr ser el más gracioso... ¿Tendrían miedo?
“¿Dónde vas tan guapa y tan sola? ¡Ole, por ese vestidito y lo que esconde! ¿Qué sienten las mujeres con estas frases?”
Amnistía Internacional
Cuando alguien siente miedo, se trata de violencia
Estoy seguro que en muchos casos detrás de todas esas palabras, que tras todos esos comentarios, no había ninguna intención de ser violento. Pondría la mano en el fuego por defenderlo. Pero claro, esto es fácil decirlo siendo un hombre. Cuando empecé a ponerme en la piel de las mujeres, empecé a pensar que el hecho de que tengan miedo al volver a casa, de que tengan que pensar qué ropa se ponen, por dónde van a caminar o que tengan que hablar por teléfono (incluso fingir que hablan por teléfono) mientras se cruzan con según que manadas (otra vez, lo siento…), es cuando empecé a comprender que se trataba de violencia.
Es posible que la definición en el diccionario de violencia no sea esta, pero para mí la violencia es un sinónimo del miedo. Cuando alguien siente miedo, es violencia. Alguna vez, cuando salgo a correr por la noche y me cruzo con un grupo en el que todos van un poco “mecedora”, lo único que pienso es que podría meterme en un lío, una pelea o que me roben. Cuando lo comenté con mi pareja, ella me respondió que lo único que ella pensaba es en llegar sana y salva a casa. “No importa que me roben el dinero o el teléfono, solo quiero llegar a casa, solo pido que no me violen”. Eso es la violencia para mí.
“Si piensas que para acostarte con una mujer necesitas firmar un contrato, tú eres el problema, no ella”
Amnistía Internacional
Todo el mundo tiene amistades y amistades. Gente con la que tienes más confianza y gente con la que tienes menos. En todos esos grupos, en los últimos años hemos comentado sucesos como los de la manada (por más que lo intento, no logro huir de esa palabra) de Pamplona y casos parecidos. A todos nos horrorizaba lo sucedido, pero cuando la conversación evolucionaba y el tema crecía, hay algo que me llamaba la atención: se empezaban a escuchar cosas como “joder, es que lo que no puede ser es que después de toda la noche calentándome, me venga con que no le apetece ” o “parece que ahora para tener sexo hace falta firmar un contrato”.
La respuesta a todas esas frases es tan sencilla como fácil de entender para cualquier hombre, incluso para los que quieran ser el “gallito” de la manada (es la última vez, lo prometo). Si piensas que esa minifalda o ese top son una invitación, tú eres el problema, no ella. Si piensas que para acostarte con una mujer necesitas firmar un contrato, tú eres el problema, no ella.