© Nik Andr
Al final resulta que sí. Que las mujeres y las niñas nos vemos más afectadas por las crisis de todo pelaje, las pandemias y la vida en general. Una mirada de género, ni siquiera muy detenida, deja ver los riesgos y vulnerabilidades a las que nos enfrentamos a causa de las desigualdades y los roles de género tradicionales. Una fragilidad heredada del machismo que aún pervive y de la base desigual con la que partimos. Veamos...
Las mujeres representan el 70% del personal sanitario. Médicas, enfermeras, matronas, personal auxiliar de enfermería y geriatría, celadoras… todas ellas han estado y están en primera línea de atención frente a la enfermedad. En contacto directo y expuestas al contagio. Eso explica que el 76% del personal sanitario contagiado por COVID-19 hayan sido mujeres. Los contagios no diferencian por sexo, pero la falta de mujeres en los puestos directivos (el llamado techo de cristal) y la
falta de equipos de protección las convirtieron en blanco fácil. Según un estudio del Consejo General de Enfermería, siete de cada diez enfermeras trabajó sin equipos de protección frente a la pandemia: sin mascarillas suficientes ni trajes adecuados, y con materiales de mala calidad en general. La escasez y la crisis incluso llevó al colectivo a confeccionar elementos “caseros” a base de plásticos y bolsas de basura que utilizaron como barrera de protección frente al contagio.
Aún peor fue la precariedad de las cuidadoras durante la pandemia. Confinadas con las personas que atendían y sin protección de ningún tipo, estuvieron expuestas, desprotegidas y solas. Muchas de estas mujeres son personas migrantes sin papeles, sin derechos laborales y con miedo a que, sin trabajo, se paralice su proceso de “arraigo social”. Se hacen llamar las “nadie” porque así se sienten: invisibles.
Algo parecido les sucede a un elevado número de empleadas del hogar. Cuatro de cada 10 trabaja en la economía sumergida. La mayoría fue despedida o tuvo que dejar de trabajar durante el confinamiento y no
han podido acceder a las ayudas estipuladas por el gobierno ni percibir la prestación por desempleo. Su carácter irregular e invisible para el Estado las ha sumido en una grave situación de “desamparo retributivo”.
Las mujeres que ejercen las profesiones esenciales, esas que cubren nuestras necesidades básicas, han sido también otras de las grandes afectadas. El 93% del personal de limpieza son mujeres. El 84% de las personas que trabaja en un supermercado, en su mayoría cajeras, también. Como lo es el personal de farmacia, un sector muy feminizado. En España, el 71% son mujeres. Todas ellas indispensables en esta crisis y muy expuestas al contagio.
Al final, muchos de los trabajos esenciales están relacionados con los cuidados y las mujeres llevamos toda la vida asumiendo ese rol en el hogar. Al pasar al mercado laboral, la mayoría lo seguimos haciendo y la crisis solo nos ha recordado las condiciones: contratos temporales o de obra y servicio, y una remuneración inaceptable para el alto riesgo que se corre.
Si hablamos de cifras: el 74% de los contratos a tiempo parcial son para mujeres y si además recordamos que somos mayoría en el sector servicios, es fácil adivinar qué género ha sido más golpeado con ERTE y despidos: nosotras.
“Son mayoría y, en estas tareas, no vale el teletrabajo. Asumen la carga física y emocional y se arriesgan a infectarse”
Amnistía Internacional
“Las cifras demuestran que las jornadas de trabajo siguen siendo mayores para mujeres que hombres. Esta crisis es una oportunidad para equilibrar la dedicación y las horas”
Amnistía Internacional
También en los hogares las mujeres hemos estado más expuestas al contagio por nuestro papel como cuidadoras de mayores. Las estadísticas dicen que hacemos el triple del trabajo de cuidados no remunerado en comparación con los hombres.
También llevamos la carga mental (planificación y organización del hogar) y la mayoría de las labores domésticas. El cierre de los colegios no ha venido a ayudar. Al contrario. A nuestra jornada sinfín le hemos venido a sumar la labor educativa y el cuidado de hijos e hijas a tiempo completo -que no parcial- por el confinamiento.
En este terreno, los casi dos millones de hogares monoparentales, conformados en un 80% por mujeres, lo han tenido que afrontar en soledad.
La juventud es otro de los colectivos golpeados. La gran mayoría se pregunta: “y ahora, ¿qué?”. Con un mercado laboral azotado por despidos y ERTE, y un panorama incierto, están viendo sus expectativas abatidas y sus sueños nuevamente confinados.
En resumen, la pandemia ha mostrado que estas negativas situaciones y desigualdades recortan los derechos humanos de las mujeres, pero sabemos también que podemos cambiarlas. Hemos sentido que la sanidad pública es nuestra protección y la urgencia de invertir en los servicios públicos y blindarlos frente a la privatización. Que las personas mayores no son desechables y necesitan de los servicios públicos. Que las tareas de cuidado son valiosas y los hombres son también responsables de lo doméstico. Que el trabajo de las mujeres en el espacio público es igualmente valioso y debe ser justamente retribuido. Que la discriminación estructural de género y cualquier forma de violencia hacia las mujeres interpela a toda la sociedad para acabar con ella.
Pero, además de los datos y de exigir que las respuestas a la crisis de COVID-19 eviten mayores desigualdades, os traemos los vídeos y testimonios de seis mujeres. De seis activistas de Amnistía Internacional que nos cuentan cómo se han enfrentado ellas a esta pandemia. Son historias llenas de emoción, valentía y, en ocasiones, una buena dosis de humor. Una muestra de la realidad cotidiana contada desde la entereza y el valor.
Andrea Fenero, activista de Amnistía Internacional
Las mujeres también necesitamos tiempo para nosotras y autocuidado. ¿Por qué nos sentimos culpables si nos lo dedicamos?
María Millán, activista de Amnistía Internacional
María es farmacéutica y nos cuenta cómo ha vivido la tensión constante por evitar contagiarse y contagiar a las personas que acudían a su farmacia, cercana al Clínico en Madrid.
Lola Liceras: Edad y pandemia
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