Melina Mara/The Washington Post
Perspectivas globales de una crisis
La pandemia de COVID-19 afecta a todas las personas, pero el virus —y las medidas implementadas para contener su propagación— afecta a cada persona de forma diferente y no hay una solución única aplicable a todos los casos. Si no tienes acceso a agua corriente, por ejemplo, es imposible seguir los consejos para lavarse las manos. Si vives en un campo de personas refugiadas o en un asentamiento informal, no es factible mantener la distancia social.
Personas de todo el movimiento de Amnistía Internacional han contado sus experiencias del brote hasta ahora. A continuación, podrás leer historias de distintos países, entre ellos España, México, Brasil, Nigeria, Sudáfrica y Canadá.
Muestran cómo la pandemia ha agravado las desigualdades preexistentes y por qué los gobiernos tienen que adaptar sus respuestas a situaciones concretas.
Pero también muestran cuánto tenemos en común. Todas las personas queremos vivir a salvo una vida sana y saber que nuestras familias están bien. Todas queremos que se nos trate con dignidad y respeto. Y todas buscamos diferentes estrategias para hacer frente a estos tiempos, extraños y temibles, y descubrimos momentos de esperanza.
Nota: Las opinones expresadas en esta página no necesariamente reflejan el punto de vista de Amnistía Internacional.
“Deberíamos recordar que está bien reducir la velocidad para tener aún más fuerza en el futuro.”
Sixtine, activista de Amnistía de Bélgica
Jaime, Hong Kong
Ahora mismo, tengo dudas. Fuimos uno de los primeros lugares afectados por el brote, a finales de enero, y aunque en general hemos logrado contener el virus, nos acaba de alcanzar una segunda oleada de nuevos casos.
Hong Kong no está técnicamente en confinamiento, pero tanto las medidas de precaución que ha impulsado la ciudadanía como las impuestas por el gobierno están en vigor desde principios de enero. Pudimos actuar con rapidez porque no es la primera vez que nos enfrentamos a un brote en gran escala de un virus: el recuerdo del SARS en 2003 siguen grabado en la memoria de la población de Hong Kong y enseguida nos dimos cuenta de la importancia de la solidaridad y de asumir la responsabilidad colectiva durante una crisis de salud pública.
Esta solidaridad y responsabilidad colectiva es también lo que me da esperanza. Durante la escasez inicial de comida y material sanitario, grupos de personas voluntarias llevaban paquetes de ayuda a las personas de más edad. Todo el mundo llevaba mascarillas para evitar infectarse e infectar a otras personas. La gente tenía mascarillas extra para dar a quienes no podían conseguirlas. Mucha gente decidió actuar y empezó a producir grandes cantidades de desinfectante de manos en su propia casa para repartir en su comunidad. Todo el mundo ha mostrado un enorme apoyo a nuestros trabajadores y trabajadoras sanitarios.
En tiempos como estos, es evidente que tenemos que pensar más allá de nosotros mismos y trabajar unidos para hacer frente a esta crisis de salud pública, desinformación y desigualdad.
Ana, España
Al principio, todo el mundo buscaba excusas para salir un poco: hacer la compra, pasear al perro, visitar a una tía que necesita ayuda... Pero, con el paso de los días, nos hemos acostumbrado más a quedarnos en casa. Nos han empezado a dar un poco de miedo las calles vacías y hasta el sonido de las ambulancias parece diferente, más alarmante. Miro por la ventana y veo los hermosos edificios antiguos de Madrid que me observan en silencio.
Todo el mundo está atónito y asustado por la tasa de infecciones y muertes. Aun así, si nos esforzamos, podemos ver momentos positivos en esta crisis. Por ejemplo, salimos a los balcones cada tarde y aplaudimos a los trabajadores y trabajadoras de la salud que están arriesgando su vida. Espero que la gente valore la importancia de nuestro sistema público de salud y lo apoye cuando esto termine.
Mientras tanto, la vida continúa. Soy encargada de prensa en Amnistía España. No es fácil, pero tenemos que seguir trabajando a pesar de que tenemos familiares y amistades sufriendo. Distantes pero unidos y unidas. En activo pero también cuidándonos. Y cuando veo que alguna persona que se dedica a la política o periodista se toma en serio algo que está diciendo Amnistía sobre la COVID-19 y los derechos humanos, me doy cuenta de la importancia de seguir haciendo nuestro trabajo. Si no ponemos los derechos humanos en el centro de cada medida que adoptemos, no vamos a sobrevivir como una sociedad unida.
Robert, Ghana
Me llamo Robert y soy el director de Amnistía Ghana. Ghana está actualmente en confinamiento parcial. Mis consejos para conservar el optimismo y la calma son quedarse en casa y cuidarse; aprovechar el tiempo libre para aprender y leer libros; pasar tiempo lejos de las pantallas y jugar con las personas con las que vives; prestar atención a tu dieta y hacer ejercicio con frecuencia si puedes; y meditar.
En Ghana hay mucha gente preocupada por la conducta de la policía y las fuerzas armadas que están haciendo cumplir la orden. Ghana ha aprobado una ley dentro de este periodo que, en mi opinión, es problemática para los derechos humanos. La Ley de Imposición de Restricciones busca dar a este presidente y a los sucesivos el poder de reducir algunas libertades consagradas en nuestra Constitución por ciertos motivos, algo de lo que, a mi parecer, se puede abusar si no se controla.
Además, la forma en que el gobierno está tratando en este periodo a las personas pobres, a las que carecen de hogar y a las indigentes es preocupante. Era evidente que no se tuvo en cuenta a estas personas a la hora de tomar decisiones importantes.
E-Ling, Taiwán
Dado que Taiwán está excluida de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y debido a la trágica experiencia del SARS, hemos prestado mucha atención a la evolución de la pandemia desde el principio.
Ahora mismo, todo el mundo tiene que llevar mascarilla en el transporte público. Todos los hospitales y residencias han dejado de recibir visitas de amistades y familiares.
Taiwán ha logrado contener el virus hasta ahora. Pero me preocupa cómo está cooperando el gobierno en la vigilancia con las empresas de telecomunicaciones. Se están recogiendo datos de localización de la gente y no hay información sobre cuánto va a durar esto.
Además, el gobierno no ha tenido hasta ahora una política clara para proteger a las personas sin hogar, las migrantes en situación irregular y las solicitantes de asilo.
Taiwán no está en confinamiento, así que no tengo que aislarme. Pero mis amistades sí han tenido experiencias de cuarentena cuando vuelven a Taiwán de otros países. Algunas siguen en el extranjero.
A veces me pregunto si estaré infectada, aunque no he salido al extranjero ni tengo fiebre. Cada vez hay más y más desconfianza en nuestra sociedad.
También me preocupa que la ira de la población taiwanesa hacia la OMS afecte a su opinión hacia otras OIG.
Estoy tratando de hacer yoga, de hacer inspiraciones profundas y exhalar despacio. Intento hacer algo bueno para otras personas, cuidar a mis amistades o colegas en otros países. Les mando saludos cordiales desde Taiwán.
Raul, Brasil
Me llamo Raul Santiago y soy activista de derechos humanos y periodista. Tengo 31 años y vivo en la favela Complexo do Alemão, en el norte de Río de Janeiro.
La pandemia de coronavirus es muy difícil aquí. Mucha gente vive en alojamientos precarios de pocas habitaciones y muchas personas. Las familias muy pobres no tienen nada que comer cuando tienen que aislarse socialmente y están teniendo que depender de los donativos de comida.
Consejos básicos de la Organización Mundial de la Salud, como lavarse las manos varias veces al día, son imposibles de cumplir para muchas personas aquí. Hace falta solidaridad para superar la desigualdad y el virus.
La reciente pandemia está poniendo de manifiesto las desigualdades en mi país y en otros. El agua es un derecho humano, pero aquí sigue faltando. El saneamiento básico es lo mínimo que debería tener la gente para vivir con dignidad, pero las cloacas abiertas continúan siendo una realidad.
La mayoría de la gente que vive donde yo vivo, si la sometieran hoy a una cuarentena total, no tendría agua apta para el consumo ni nada que comer; empezarían a pasar hambre en menos de una semana.
Nos faltan los recursos mínimos para poder contener la propagación de este virus, y esto es porque no se garantizan nuestros derechos humanos más básicos. Necesitamos toda la ayuda posible.
Formo parte de un grupo de activistas que ha creado una oficina de crisis aquí, en Complexo do Alemão. Tratamos de hacer labores de concienciación y prevención, además de pedir donaciones para ayudar a las personas en pobreza extrema que viven aquí.
Recibimos peticiones de ayuda todos los días: de comida, de agua y de simples productos de limpieza. Es apremiante. Hacemos lo que podemos con lo mínimo y sin recursos del gobierno.
Ana, Canadá
Tengo el sistema inmunitario comprometido, así que mi familia y yo llevamos tres semanas en autoaislamiento estricto y nos quedaremos aquí mucho tiempo. Tenemos la suerte de que nos traen la compra y de poder caminar junto al río dos veces al día.
Estaré bien, pero me preocupan mis amistades y familiares que están en las comunidades indígenas de este país. Siglos de abandono de los gobiernos hacen que estas comunidades carezcan de infraestructura y servicios que la mayoría de la población da por hecho en un país rico como Canadá.
Es casi imposible aislarse en las comunidades, donde lo habitual es que en una casa de dos dormitorios convivan tres generaciones y 12 personas. Estas casas fueron construidas con material barato por el gobierno y a menudo no están pensadas para climas septentrionales y remotos: son corrientes el moho, los daños causados por el agua y el colapso de la estructura y pueden contribuir a problemas de salud preexistentes.
Canadá es un país enorme con abundante agua; es un país donde la gente tiene agua apta para el consumo, potable, directamente del grifo, y unas normas estrictas sobre seguridad del agua. Excepto en muchas comunidades indígenas. En la actualidad, hay alrededor de 100 comunidades que no pueden beber el agua del grifo y un número mayor tiene que comprar galones de agua y llevarlos a las comunidades remotas. En muchas zonas, se le ha dicho también a la gente que el agua del grifo no es apta para lavarse o limpiar.
Los pueblos indígenas viven sometidos a un régimen de asistencia sanitaria complejo y burocrático. Está tan mal financiado que el Tribunal Canadiense de Derechos Humanos ha declarado que el sistema discrimina a los pueblos indígenas y ha ordenado al gobierno canadiense que solucione el problema. La mayoría de las comunidades carece de personal médico y de enfermería, hospitales e incluso material médico de emergencia, y la población tiene que viajar en avión para recibir tratamiento en centros médicos.
La primavera está llegando al norte de Canadá y, con ella, las inundaciones estacionales de comunidades que los gobiernos ubicaron intencionadamente en terrenos baldíos. Mi gran miedo ahora mismo es por la gente que sufre esta crisis cada año con poca o ninguna respuesta de emergencia del gobierno. ¿Qué va a pasar este año, cuando el coronavirus llegue a estas comunidades remotas, infradotadas y precarias?
Abubakar, Kenia
En Kakuma, un enorme campo para personas refugiadas del condado de Turkana, en el noroeste de Kenia, el hacinamiento y la escasez de agua limitan las posibilidades de combatir la propagación del virus. Las agencias humanitarias han tenido que suspender o reducir sus servicios y no llegan productos de primera necesidad. La población refugiada está confinada en el campo, lo que significa que no puede trabajar, y hay un toque de queda estricto desde las 7 de la tarde hasta las 5 de la mañana. Abubakar, de Burundi, lleva siete años viviendo en Kakuma. "El gran problema es el miedo, porque creo que no tenemos la atención médica necesaria para luchar contra el virus aquí, en el campo de refugiados. Creo que, una vez que nos ataque, nos alcanzará con fuerza. Cuando hablan de lavarse las manos... estamos en una zona seca, ni siquiera tenemos agua suficiente para lavar la ropa. Hablan de desinfectantes; no he visto desinfectantes en el campo. Hablan de mascarillas; creo que ninguna agencia en el campo de refugiados está repartiendo mascarillas”.
Gerrard, Kenia
Supe del coronavirus por las redes sociales. Me preocupa mucho que haya un brote aquí. Tenemos una vida muy limitada y, para quienes estamos en Kakuma, va a ser complicado seguir los consejos sobre cómo cuidarse de la COVID-19.
La mayoría de la gente está acostumbrada a ir en grupo, a hacer cola en los centros de reparto de comida y para el agua. Las personas refugiadas jóvenes van en grupo, comparten la comida, van a centros juveniles. La gente no entiende que le digan que debe evitar las multitudes.
El gobierno tiene que proporcionar comida, desinfectante y seguridad. Sí, estamos recibiendo comida, pero no es suficiente, pues estaremos en casa los dos próximos meses como mínimo. Se supone que recibimos toda la comida de dos meses de una vez para reducir los movimientos al mínimo, pero eso no está pasando todavía.
No hay un grifo de agua permanente y en algunos lugares aquí llevan agua sólo dos veces a la semana.
Necesitamos seguridad porque el confinamiento y el toque de queda van a causar problemas. Si violas el toque de queda y acabas en la cárcel, pagas un montón de dinero para salir; he oído de gente que ha pagado 50 dólares estadounidenses. Todo el mundo sabe que hay mucha corrupción en la policía keniana y me preocupa cómo afectará a eso el toque de queda.
Y además de todo esto, hay limitación de salarios. Nadie está ganando dinero y necesitamos dinero para luchar contra el virus. No puedes decirle a la gente que ahorre para comprar desinfectantes cuando no pueden comprar comida y agua.
Boniswa, Sudáfrica
La pandemia de COVID-19 me ha dañado a mí y a mi comunidad (el municipio de Vaal, en la Zona 7 de Sebokeng, cerca de Johannesburgo) en formas que cambiará nuestras vidas mucho después de que termine el confinamiento decretado por el gobierno.
El sistema educativo sudafricano tiene desafíos más que suficientes, y me preocupa que los cierres de escuelas agraven aún más la situación. Las escuelas públicas de los municipios carecen de recursos y de infraestructura. Muchos padres y madres de los municipios son analfabetos y no pueden ayudar a sus hijos e hijas con las tareas escolares.
Vivimos en una sociedad profundamente desigual y la crisis de la COVID-19 ha ampliado aún más esta brecha. La mayoría de la gente de mi comunidad trabaja con contrato, a tiempo parcial o por cuenta propia, o no tiene empleo y sale adelante a duras penas. De algún modo, el confinamiento nacional nos ha atado las manos a la espalda.
Mi padre trabaja en la construcción y mantiene a una familia de siete personas con menos de 3.000 rands (136 libras esterlinas) al mes. Ahora no puede trabajar y esto afecta a nuestra capacidad para comer, bañarnos y sobrevivir.
Precisamente ayer, hubo un funeral en nuestra calle; me sorprendió porque ni siquiera sabía que hubiera muerto alguien, pero lo que realmente me entristeció fue el funeral en sí. Para que conozcan el contexto: en la cultura africana los funerales son eventos de duelo y celebración de la vida que duran una semana. Este funeral era pequeño y terminó en dos horas.
Duncan, México
Me llamo Duncan y trabajo para Amnistía en la Ciudad de México. Soy de Inglaterra, pero llevo 10 años en México, que se ha convertido en un segundo hogar para mí. Es un país maravilloso y me siento afortunado por vivir aquí.
México va unas semanas por detrás de Europa y Asia, pero en los últimos días hemos visto dispararse el número de casos de COVID-19.
Desde mi balcón, es surrealista ver las calles casi desiertas en una ciudad de 20 millones de habitantes, normalmente tan ruidosa y caótica.
Lo que más me preocupa es si la sanidad pública de México está equipada para afrontar el impacto de la pandemia y qué va a pasarles a los millones de personas de la economía informal, que son más de la mitad de la mano de obra del país. Muchas personas viven al día y simplemente no se pueden permitir quedarse en casa y dejar de trabajar.
Obviamente, no es ideal estar tan lejos de tu familia en momentos como estos, pero las redes sociales hacen más fácil estar en contacto. Llevo ya dos meses practicando la distancia social, pero mi pareja, mi gato y mi tortuga me hacen mucha compañía.
Mientras avanzamos, tengo esperanza en la generosidad y la solidaridad que he visto en el pueblo mexicano en circunstancias adversas, sobre todo cuando se produjo el terremoto devastador en 2017. Confío en que superaremos esto y seguiremos apoyándonos mutuamente en los difíciles tiempos que nos aguardan.
Raymond, Nigeria
Me llamo Raymond y soy de la comunidad de Otodo-Gbame, en el estado de Lagos. El coronavirus que circula ahora es muy duro para nosotros. En 2017 el gobierno nos desalojó de nuestro pueblo en Otodo-Gbame y desde entonces no hemos estado en un único lugar. De momento vivo con mi esposa, mis hijos y mi madre en una zona de Lagos llamada Oreta. Es un asentamiento informal y el edificio en el que vivimos no está terminado.
Desde que llegó el coronavirus tenemos que quedarnos en casa, lo que nos es muy difícil. ¿Cómo podemos hacerle frente cuando no podemos salir? No tenemos nada; todo lo que teníamos fue destruido cuando nos expulsaron de Otodo-Gbame. Tengo miedo de lo que esto nos va a traer. Cuando no sales no sabes qué está pasando. Podría matarnos el hambre; tenemos miedo de eso. También tenemos miedo de que pueda venir a nuestra casa gente malvada, nos ataque y se lleve nuestras posesiones y, si llamamos a la policía, podrían decir que no pueden venir por el virus.
Le pido al gobierno: por favor, mírennos. Vengan a nuestras casas y miren. Hemos oído que el gobierno está tratando a algunas personas, dando respiradores, desinfectante de manos, cosas así, pero no nos hemos beneficiado en absoluto. Aquí seguimos sufriendo, el gobierno no sabe cómo vivimos. Queremos que el gobierno venga y vea lo que necesita nuestra comunidad, como agua y unas carreteras adecuadas.
Merecemos también estar a salvo de la COVID-19.
Ruth, Chile
Cuando era pequeña, mi madre me preguntó qué quería ser de mayor. Dije que azafata de vuelo porque es lo que era ella, pero mi madre me miró y dijo: “No, serás trabajadora social”. No la creí, pero no me convertí en azafata y siempre, hasta hoy, me preocupan la justicia, la desigualdad y los derechos humanos.
En Santiago estamos en cuarentena total, así que hay mucho tiempo para pensar. Pienso en cómo algunas personas aprovecharán esta pandemia para ganar dinero y pienso en las personas trabajadoras de mi país, a las que siempre castigan las calamidades. Pienso en la ausencia de justicia social en Chile y en lo egoísta e individualista que es la gente. Pienso en que esta pandemia muestra la necesidad de replantearnos nuestros sistemas de salud. La gente muere por falta de respiradores y necesitamos más equipos y más profesionales médicos con formación especializada.
Pero también pienso en el descanso que le estamos dando a nuestra tierra. Cuando quienes contaminamos y depredamos estamos confinados, la tierra tiene un respiro. Y también pienso en la pausa que nos estamos dando para replantearnos nuestras actitudes y nuestro ser, para restablecer nuestras almas.
Zilungile, Sudáfrica
En unas semanas, este coronavirus ha infectado y afectado a más de 1.000 personas en Sudáfrica. Nuestro gobierno se ha centrado más en las ciudades, pero ¿qué pasa con la gente de las zonas rurales?
Nuestro país lleva 21 días en confinamiento. Algunas personas están preparadas económicamente para esto, pero otras, no. Nuestras madres africanas que vendían comida en las calles han perdido sus fuentes de ingresos. Mientras tanto, quienes trabajan para el gobierno siguen recibiendo su salario.
El 30 de marzo, nuestro presidente anunció públicamente que estamos entrando en una nueva fase que incluye examinar a nuestro pueblo sudafricano. Este es un gran paso que da nuestro gobierno y esperamos que examinen a todo el mundo gratuitamente. Es realmente un momento difícil, pero nuestro gobierno lo está intentando.
Sin embargo, la estrategia no está afectando a todas las personas por igual. ¿Y si se hicieran pruebas a todo el mundo gratis? ¿Y si se entregara comida a todas y cada una de las familias, sobre todo a las desfavorecidas? ¿No limitará esto el número de personas que va por la calle? ¿No reducirá esto el número de personas que se infecta cada día?
No se nos debe excluir y no debemos dar por sentados nuestros derechos.
Manu, Filipinas
Me llamo Manu y soy de una pequeña ciudad de Filipinas llamada Valenzuela. Estamos en nuestra segunda semana de confinamiento. Siento una mezcla de ansiedad y resignación; ocupo mi tiempo hablando con las amistades y mi pareja en un chat o en Zoom. Normalmente se vería a niños y niñas jugando desde nuestra ventana. Ahora no hay ninguno.
Me preocupa que la COVID-19 haya revelado el precario sistema de salud que tenemos en Filipinas, cuyas repercusiones afectan a las personas más vulnerables. Hay pacientes que tienen que desplazarse para diálisis o quimioterapia que se ven obligados a quedarse en casa. Hay personas que viven con el VIH que no pueden visitar sus clínicas para acceder a sus medicamentos. La gente tiene miedo de perder días de trabajo porque eso es más caro que ir a una consulta médica o ingresar en el hospital.
Creo que la COVID-19 refleja las dificultades que tenemos en el trabajo por los derechos humanos: hay muchas incertidumbres. Eso puede consumirnos. Puede hacernos sentir inquietud e impotencia. Así que un consejo para no perder la calma es aceptar que es parte integral de nuestro viaje colectivo. Volveremos a la normalidad, volveremos a organizarnos, a las calles, y a exigir que la atención primaria de salud universal es un derecho humano.
Tsering, Nepal
Antes de que llegara la pandemia, el sistema de salud de Nepal ya tenía dificultades para ofrecer servicios básicos, sobre todo en zonas rurales. Así que, aunque el número de casos de COVID-19 aquí no llega aún a la decena, ya hay escasez de kits de prueba, respiradores y equipos de protección personal para el personal médico. Creo que a todos nos preocupa la cuestión de qué pasará con el sistema cuando ese número empiece a aumentar.
Como vivo con mi familia, está siendo relativamente fácil sobrellevar el confinamiento. Pero hay muchas cosas que extraño. Extraño ver a mi novio, con el que no vivo, y tener simplemente la libertad de salir fuera sola. A las personas que están estresadas les diría que descansen de las redes sociales y busquen algo físico que hacer. A mí siempre me ha funcionado limpiar la casa, pues me da una sensación de control y de orden.
Igual que en los días siguientes al terremoto de 2015, cuando el Estado tuvo problemas para coordinar los trabajos de rescate y asistencia, son las personas nepalíes corrientes las que han dado un paso al frente para ayudar a quienes lo necesitan. En Katmandú, personas voluntarias recaudaron dinero para llevar suministros esenciales a los campos para personas refugiadas rohinyás. En Birgunj, la población proporciona comidas diarias a los trabajadores indios atrapados y, en varias partes de la ciudad, se están uniendo los barrios para alimentar a los animales callejeros.
En las últimas dos décadas, la mala suerte se ha cebado con población nepalí. Como nación, hemos sobrevivido a diez años de guerra civil, a un terremoto devastador y a revueltas políticas constantes. En el proceso, la población ha desarrollado un grado de resiliencia realmente sin igual.
Bob, Jersey
Pronto cumpliré un año con dos ceros. Vivo en Jersey y tal vez sepan que estas islas estuvieron ocupadas por las fuerzas alemanas durante casi cinco AÑOS de represión, carestía y una auténtica hambruna el invierno del asedio de 1944/45. En esos cuatro meses no hubo raciones de combustible, gas para cocinar ni electricidad. Nada.
Hay ciertos paralelismos entre esa época y hoy. Lo que destacaba era cómo se agudizaron las personalidades. Uno aprendía enseguida que había más personas positivas que negativas; y esto se aplicaba por igual entre quienes sufrimos la ocupación y entre nuestros controladores alemanes.
Las personas que siempre habían sido generosas, inclinadas a dar, alcanzaron casi la santidad. Quienes siempre habían tenido un rasgo de tacañería, egoísta, en su carácter, se convirtieron en auténticos malnacidos.
Robert, Sudáfrica
Hay muchas personas que tienen que ir a trabajar —gente trabaja en la construcción o que hace trabajo doméstico, por ejemplo— y no tienen más opción que seguir usando el transporte público, seguir saliendo de casa. Esto me preocupa realmente. En Sudáfrica, las cifras están subiendo y cada mañana nos despertamos con la noticia de que las infecciones van en aumento.
Johannesburgo se ha convertido en una ciudad fantasma. Puedes contar realmente el número de coches y de personas que ves en la calle.
Yo estoy en aislamiento con mi esposa y ambos trabajamos en casa. Pasamos mucho tiempo jugando con nuestra hija, que tiene tres años y ya no va a la escuela. Tenemos que mantenerla ocupada con deberes y cosas, pero también es bueno tener tiempo para jugar con ella. Miramos constantemente la televisión para ver los anuncios del gobierno. La gente está aterrorizada porque no sabe qué deparará el futuro.
La vida ya no es la misma. Extraño las tradiciones y rutinas de mi vida, cosas como ir al parque los domingos o salir a comer con la familia un viernes. Y extraño estar en el trabajo, sentado con mis colegas e intercambiando ideas sobre cuestiones de derechos humanos. Ese contacto humano se ha perdido y creo que es algo que a menudo damos por sentado, pero ahora que ya no lo tenemos lo siento de verdad.
Lo apreciaremos mucho en el futuro.