Muchos países utilizan el deporte para blanquear su historial en materia de derechos humanos. © AI
Cada vez más, muchos gobiernos tratan de ocultar las atrocidades que se cometen en sus países organizando competiciones, patrocinando o comprando equipos que limpien su imagen en el extranjero. Denunciamos esta práctica que intenta tapar las violaciones de derechos humanos detrás de los valores y la fascinación que provoca el deporte en todo el mundo.
El próximo Mundial de Fútbol se jugará en noviembre para evitar las altas temperaturas de Qatar, un país que nunca se había clasificado para esta competición. Cada vez más estadios cambian sus nombres históricos por los de marcas internacionales. Varios campeonatos de golf se celebran en medio del desierto. La Supercopa de España de fútbol no se disputa en España, sino en Arabia Saudí. Y el histórico rally París Dakar ya ni sale de París ni llega a Dakar.
Los jugadores franceses levantan el trofeo tras la final del Mundial de Rusia 2018 entre Francia y Croacia, celebrada en el estadio Luzhniki de Moscú, el 15 de julio de 2018. © Jewel Samad/AFP vía Getty Images
Cualquier persona aficionada al deporte asiste estupefacta a cambios como estos con cada vez más frecuencia. ¿El motivo? En inglés lo llaman sportwashing, es decir, blanquamiento deportivo. Es la estrategia por la cual algunos de los gobiernos que menos respetan los derechos humanos buscan limpiar su imagen dentro, pero sobre todo fuera de sus fronteras, a través de su vinculación con el deporte. Para ello, celebran en sus países Olimpiadas, Mundiales, o los torneos más seguidos del planeta. Bautizan estadios de fútbol, ocupan los espacios de publicidad en las camisetas, o directamente compran los equipos, inyectando grandes sumas de dinero que luego se convierten en grandes fichajes para alegría de sus aficiones.
En los últimos años el fenómeno ha tomado una dimensión desconocida, pero el recurso es casi tan viejo como las propias competiciones. El ejemplo recurrente es el intento del régimen nazi de presentarse como un país moderno y poderoso con la celebración de las Olimpiadas de 1936. Dos años antes, parece que su aliado Mussolini presionó a los árbitros para que Italia venciera el Mundial de fútbol que albergaba, ya que el dictador pensó que eso le favorecería políticamente.
Deporte y política siempre han sido caminos que se entrecruzan de tanto en tanto. En el puño en alto contra el racismo de dos atletas estadounidenses en los Juegos de México 68. En los boicots olímpicos mutuos entre los bloques de la guerra fría. En la revancha –futbolística– de Argentina contra Inglaterra tras la guerra de las Malvinas. Sucesos terribles, como una pelea en 1990 en un partido de fútbol que presagió la guerra de los Balcanes. Y ejemplos esperanzadores, como el equipo sudafricano de rugby convirtiéndose en un aliado inesperado de Nelson Mandela para coser las cicatrices abiertas por el apartheid. O el reciente impulso que han dado numerosas estrellas deportivas en Estados Unidos al movimiento Black Lives Matter.
Un trabajador junto a las obras del estadio de Losail, sede de los partidos de la Copa Mundial de la FIFA 2022. © Valery Sharifulin/TASS vía Getty Images
También, sin ir tan lejos, siempre hubo empresarios y políticos de dudosa reputación que se acercaban a los deportes más populares solo para conseguir mejorar su imagen, ampliar sus relaciones o su influencia. Pero a lo que asistimos en estos momentos es a una verdadera partida de ajedrez entre algunos de los gobiernos más despiadados del mundo que consiguen mayor aceptación de la comunidad internacional, en parte, gracias a este nuevo ejercicio de diplomacia blanda. Al mismo tiempo, buena parte de la sociedad cuando escucha el nombre de esos países piensa más en medallas, goles, partidos de tenis y circuitos, que en pena de muerte, activistas encarcelados o mujeres discriminadas.
En realidad, es lógico, y hay que reconocer que incluso inteligente, que los líderes de Arabia Saudí, Qatar, Rusia, China, Emiratos Árabes o Guinea Ecuatorial busquen mejorar su imagen exterior con algo que genera interés y simpatía en otros países. Pero como respondía la veterana corresponsal en Oriente Medio, Ángeles Espinosa, cuando le preguntaban por la celebración de la Supercopa en Arabia Saudí: “esto va de nosotros […] somos nosotros quiénes estamos buscando negocios allí y cerrando los ojos a la realidad local”. Y es que en el blanqueamiento deportivo, la esponja que limpia termina tan sucia como la mancha que trata de ocultar.
Aunque se trate de una práctica a nivel mundial, es cierto que gracias a los grandes beneficios por la venta de gas y petróleo, Qatar, Arabia Saudí y Emirátos Árabes Unidos son los mayores ejemplos de países que tienen en el sport washing una estrategia clara y mantenida para limpiar su imagen. Pero, como vemos en la siguiente lista, no son los únicos.
Varios trabajadores migrantes hacen una pausa para comer en la zona de Sports City de Doha, en Qatar, el 18 de junio de 2011. © Sam Tarling/Corbis vía Getty Images
Como decíamos, para que se produzca este blanqueamiento tan necesarios son los países que quieren ocultar su historial de derechos humanos como que las organizaciones deportivas internacionales (léase Comité Olímpico Internacional, FIFA, organizadores Fórmula 1, etc), y los grandes equipos estén dispuestos a convertirse en su ‘esponja’ para lavar su imagen. Estos son algunos de los principales blanqueadores, pero sin duda hay muchos más.
Jugadores del Real Madrid con publicidad de la línea aérea Emirates en sus camisetas. © AP Photo/Manu Fernandez
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