Soy Paz, activista de Amnistía Internacional Andalucía, y quisiera contar la historia de María.
María es una amiga sanitaria, es auxiliar de clínica en el hospital de mi ciudad y como es interina, le ha tocado durante esta pandemia en la planta que más se necesitaba, con los infecciosos. María es menuda y nerviosa, con luz en los ojos y una sonrisa siempre presente.
Me contó que tuvo que atender a Antonia, una afectada por el virus que estaba residiendo en una Residencia de Mayores. Entró muy mal, pero por la tarde mejoró un poco y a María le tocó asearla; mientras lo hacía, Antonia le contó que era de un pueblo de la Sierra de Cádiz, y que acostumbraba a pastorear las cabras y hacer queso de joven. Le contó que lo más curioso de esta enfermedad era que no podía respirar; algo que nunca le había faltado en la vida: aire y soledad.
María quedó impactada.
Antonia empeoró y los médicos decidieron que no había opciones de UCI por su delicado estado de salud. Tras doce horas de trabajo, María se fue a casa a seguir con su lucha diaria.
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Le contó que lo más curioso de esta enfermedad era que no podía respirar; algo que nunca le había faltado en la vida: aire y soledad.
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Al día siguiente le dijeron que Antonia había fallecido al amanecer. Antonia tenía un hijo que, como tantos hijos de familias pobres, estaba trabajando fuera, en Alemania, y no tenía forma de volver al entierro de su madre. Además Antonia no tenía seguro alguno para el deceso, así que su cuerpo estuvo casi 13 horas en espera de que los servicios municipales se hicieran cargo de ella.
A María le tocó prepararla, parapetada como pudo con sus escasos medios. Y cuando todo pasó fue a desinfectarse, a cambiarse de ropa al vestuario y lloró con amargura. Lloró por lo perdido, por la soledad y el aire que Antonia había anhelado, pero lloró también por la carga que llevaba sobre los hombros, por el miedo a volver a casa, por el esfuerzo de seguir adelante.
Cuando se calmó un poco, pensó que no entendía por qué Antonia le había afectado tanto, sobre todo porque María lleva muchos años trabajando en el hospital, donde la muerte ronda, pero es cierto que a veces hay personas que nos acarician el alma aunque no queramos.
María se limpió los ojos, ensayó una sonrisa y se preparó de nuevo para seguir con su jornada. Entró en la siguiente habitación y con voz alegre saludó:
"Hola Esperanza" –su nueva paciente–. "Vamos a cuidarte para que te pongas buena y puedas volver a casa pronto".
Claro, Esperanza, pensó, porque... ¡¿qué vamos a hacer sin esperanza?!