Una luchadora rebelde del Frente 36 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), descansa de una caminata en los Andes noroccidentales de Colombia, en el estado de Antioquia. © Foto AP/Rodrigo Abd, Archivo
Menores somalíes desplazados, que huyeron de la sequía en el sur de Somalia, hacen fila para recibir alimentos en un centro de alimentación en un campamento en Mogadiscio, Somalia. © AP Photo/Farah Abdi Warsameh
Pese a estos progresos, la evolución general de los conflictos armados es inquietante, pues casi la mitad (46%) vio empeorar la situación de inestabilidad y violencia, que solo disminuyó en el 21% de los casos. También resultó preocupante su intensidad –evaluada desde múltiples perspectivas: víctimas mortales, inseguridad, infraestructuras destruidas, población desplazada, etcétera–, que se consideró elevada en 13 escenarios (40%), la mayoría en África y Oriente Medio; la intensidad fue baja en 10 casos (30%) y media en otros 10. Además, los conflictos más graves aumentaron respecto a 2015 (31%) y 2014 (33%). Esos 13 conflictos armados de mayor intensidad se registraron en Libia, Región del Lago Chad, Somalia, dos escenarios en Sudán (uno en Darfur y otro en Kordofán y Nilo Azul), Sudán del Sur, Afganistán, Pakistán, el sureste de Turquía, el Sinaí en Egipto –agravado otra vez tras el mortífero atentado que mató a más de 300 personas en noviembre de 2017–, Irak, Siria y Yemen. El balance de víctimas de 2016 estimado por la ECP es abrumador, especialmente en Siria (50.000-60.000 muertes), Irak (más de 16.000 civiles perdieron la vida) y Afganistán (más de 9.000 muertes, incluidas casi 3.500 de civiles y más de 5.000 en las fuerzas de seguridad). El Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (más conocido por sus siglas en inglés IISS) completa ese trágico escenario al señalar que el 90% de las víctimas mortales se producen en 10 países con conflictos de elevada intensidad. Entre ellos incluye a México (23.000 muertes en 2016), que vive una situación de grave violencia relacionada con el narcotráfico, pero no un conflicto armado propiamente dicho, que por definición implica la persecución de “objetivos diferenciables de los de la delincuencia común”, como demandas identitarias y de autodeterminación, oposición al sistema político y socioeconómico del Estado, control de recursos o territorio, etcétera. Según el balance del IISS, los 10 conflictos más letales son los de Siria, México, Irak, Afganistán, Yemen, Somalia, Sudán, Turquía, Sudán del Sur y Nigeria.Siria es el escenario más mortífero por quinto año consecutivo, y suma unas 290.000 personas fallecidas desde 2011, más del doble que las registradas en cuatro años de guerra fratricida en Bosnia en los 90.En esta foto del domingo, 4 de diciembre de 2016, Nisrin Malaji regresa a su hogar saqueado en el distrito de Hanano, en el este de Alepo, Siria. © AP Photo/Hassan Ammar
También los datos recogidos por la Escola de Cultura de Pau colocan a Siria en primera fila del escenario mundial de conflictos armados. Informes de Amnistía Internacional, otras ONG y organismos de Naciones Unidas coinciden en denunciar abusos a gran escala contra la población civil siria que podrían constituir crímenes de guerra y/o contra la humanidad. Siria encabeza además, según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), la lista de países emisores de población refugiada, con 5,5 millones de personas que han cruzado la frontera para escapar del conflicto armado; le siguen Afganistán (2,5 millones), Sudán del Sur (1,4 millones), Somalia (1 millón), Sudán (650.000), RDC (537.000), RCA (491.000), Myanmar (490.000), Eritrea (459.000) y Burundi (408.000). Pero el problema no acaba ahí, forma parte de otro más amplio, los desplazamientos forzados, que han aumentado más del 50% en cinco años y alcanzan una espeluznante dimensión global. El último informe de ACNUR elevó hasta 65,6 millones las personas desplazadas, de las que 40,3 millones lo son dentro del propio país, 22,5 millones son refugiadas en otros Estados y 2,8 millones solicitantes de asilo. En cuanto a los desplazamientos internos, Colombia registra la mayor cifra (7,4 millones), seguida de Siria (6,3 millones) e Irak (3,6 millones).Un niño empuña un arma mientras los combatientes rebeldes organizan una reunión para movilizar más combatientes antes de dirigirse a los frentes de batalla en Sanaa, Yemen, 16 de noviembre de 2017. © Hani Al-Ansi / picture-alliance / dpa / AP Images
Otras graves consecuencias de los conflictos armados son la violencia sexual, los ataques contra infraestructuras sanitarias y personal médico y el terrible impacto sobre la población menor de edad de prácticas como el secuestro y el reclutamiento forzado. En el primer caso, como constata el secretario general de la ONU en sus periódicos “Informes sobre la violencia sexual relacionada con los conflictos”, las agresiones sexuales siguen siendo utilizadas “como táctica de guerra, con actos de violación generalizados y estratégicos” por parte de diversos contendientes, a veces de forma selectiva contra víctimas de grupos étnicos, religiosos o políticos opuestos. Los principales escenarios de esos delitos son africanos (República Centroafricana, Costa de Marfil, República Democrática del Congo, Mali, Somalia, Sudán, Sudán del Sur y Nigeria y sus países vecinos donde opera Boko Haram), a los que se añaden Irak y Siria, y sus protagonistas son tanto agentes estatales como no estatales. En el ámbito sanitario, la Cruz Roja ha contabilizado en tres años 2.400 ataques en 11 países, entre cuyos objetivos sistemáticos se encontraban, según Médicos Sin Fronteras (MSF), hospitales en Afganistán, República Centroafricana, Sudán del Sur, Siria, Ucrania y Yemen. MSF denunció que cuatro de los cinco países miembros del Consejo de Seguridad de la ONU están involucrados en coaliciones militares responsables de tales ataques. En cuanto a las víctimas infantiles, que son mucho más vulnerables ante ataques y abusos, destacan negativamente Afganistán, Siria y Sudán del Sur. También lo hacen, por el aumento del reclutamiento de menores, Somalia y Yemen. Un dato clave en la evolución de los conflictos armados es, como apunta el IISS, su creciente focalización en núcleos urbanos. Esto se refleja claramente en los movimientos de personas refugiadas, que se alejan del patrón tradicional de establecerse en campamentos específicos o en zonas fronterizas y lo hacen en áreas urbanas, con la consiguiente presión sobre las infraestructuras socioeconómicas, comunidades de acogida, agencias de ayuda y gobiernos. En paralelo al movimiento de desplazados hacia las ciudades, los propios conflictos han ido adquiriendo un fuerte componente urbano, y la típica insurgencia que combatía en montañas, bosques y junglas lo hace ahora en áreas pobladas.De todos modos, los procesos de paz están rodeados de incertidumbre y demasiadas veces no culminan en una paz efectiva. En Myanmar, por ejemplo, el diálogo político con grupos insurgentes no pudo cerrar el conflicto armado con los grupos no adheridos al acuerdo de alto el fuego. Y en Sudán del Sur, la firma de un acuerdo de paz no fue suficiente para impedir que continuaran los choques armados. En ese contexto, el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos subraya la crisis de las misiones de paz de Naciones Unidas, que reciben mandatos cada vez más amplios, pero no los recursos materiales y humanos suficientes para cubrir esas expectativas crecientes. Casi 125 países aportan 113.000 efectivos a las actuales 15 operaciones de la ONU de mantenimiento de la paz, cuyo presupuesto para 2017 rondó los 5.800 millones de euros, una cantidad que apenas representa el 0,50% del gasto militar mundial. En 2017, España (2,44% del total) ocupó el décimo lugar entre los países que financian esas operaciones de paz, detrás de Estados Unidos (28,47%), China (10,25%), Japón (9,68%), Alemania (6,39%), Francia (6,28%), Reino Unido (5,77%), Rusia (3,99%), Italia (3,75%) y Canadá (2,92%).“En un plano positivo, el informe de la Escola de Cultura de Pau constató 38 procesos y negociaciones para la paz en 2016”Amnistía Internacional