José Ignacio Pichardo es profesor titular del Departamento de Antropología Social y Psicología Social de la Universidad Complutense de Madrid. Imparte clases de antropología de género y construcción cultural de las diversidades sexogenéricas y familiares. Hemos charlado con él para hablar de las nuevas masculinidades.
¿Qué es ser hombre?
Lo que es ser hombre y lo que es ser mujer se construye culturalmente. No hace falta remontarse muy atrás para darse cuenta de que no es lo mismo ser hombre en el siglo XXI que hace 50 años. En este tiempo hemos experimentado cambios importantes en la masculinidad que muestran que la transformación es posible. Por ejemplo, hoy muchos varones cuidan y son cariñosos con sus hijos e hijas, algo impensable hace unas décadas.
¿Qué busca la nueva masculinidad?
El concepto de nueva masculinidad tiene que ver con el deseo de muchos varones de crear y vivir en una sociedad igualitaria. Ellos piensan que otras formas de ser hombre son necesarias y, para ello, saben que tienen que cambiar determinados elementos de la masculinidad tradicional. Algunos lo buscan a nivel individual o en pequeños grupos, pero todavía tenemos que conseguir que estas experiencias emergentes cristalicen en modelos reconocibles.
¿Faltan referentes mediáticos?
Sí. Faltan referentes públicos reconocidos socialmente. Personas con nombres y apellidos en los que vernos reflejados e identificarnos con este nuevo modelo de masculinidad. Siempre hay alguien que dice "pues mi padre o mi amigo son un ejemplo" y, no lo dudo, pero no son personajes públicos reconocidos. Necesitamos ejemplos o modelos mediáticos de una nueva masculinidad valorada y respetada, que apueste por la horizontalidad y las relaciones entre iguales. Desgraciadamente los productos culturales de mayor influencia (películas, series…) siguen “vendiendo” las formas tradicionales de la masculinidad y eso es lo que reproduce gran parte de la sociedad.
¿La masculinidad tradicional encorseta?
Sí, sin duda. La masculinidad tradicional nos encorseta porque nos dice que solo hay una forma de ser hombre. Y se trata, claro está, de un tipo de hombre inalcanzable: siempre fuerte, siempre seguro, valiente, decidido, exitoso, líder, sin mostrar sentimientos… Ningún hombre es totalmente así. Esa masculinidad tradicional es intrínsecamente tóxica porque es irreal y eso nos hace sentir insatisfechos. Yo animo a los hombres a reflexionar si el bienestar se alcanza siguiendo el rol de la masculinidad tradicional o explorando formas de ser que tenemos “prohibidas” o que suponen una fuerte censura social.
¿Sin machismo, los hombres y las mujeres seríamos más felices?
No tengo la menor duda (risas). El machismo es un instrumento del sistema sexo-género que genera desigualdades entre los seres humanos. Desigualdades entre hombres y mujeres, pero también desigualdades entre hombres.
Stuart Mill decía que el ser humano debería ser como un árbol, libre para crecer y florecer en toda su potencialidad. Y el sexismo actúa como esas tijeritas que nos van podando por aquí y por allí y van limitando el crecimiento personal. Esos estereotipos que te dicen que si eres un niño no puedes llorar o que si eres una niña no puedes jugar al fútbol. Nos convierten en versiones en miniatura y encorsetadas de todo aquello que podríamos llegar a ser.
¿Es importante cómo os veis entre los hombres?
Sí. El concepto de masculinidad se basa en cómo te ven otros hombres y, de forma consciente o inconsciente, eso es muy importante para nosotros. Por ejemplo, ¿cómo sería juzgado por otros varones si tengo una decepción muy grande en el trabajo y rompo a llorar delante de otras personas? ¿Cuáles serían las consecuencias sociales de mi llanto público, es decir, de la expresión de mis emociones? Yo sé, como varón, que mostrar las emociones tiene consecuencias sociales. Me expongo a la burla, incluso a que se cuestione mi trabajo y mi valía profesional. Los hombres no pueden llorar porque el modelo tradicional defiende la agresividad, la invulnerabilidad y el posicionamiento de poder por encima de las mujeres y de otros varones. Y eso, además de injusto, es una carga que genera dolor, frustración e insatisfacción.
¿Cómo se rompe con la masculinidad tóxica?
Yo animo a los hombres a que exploren sus vulnerabilidades, a que expresen sus sentimientos, a que den rienda suelta a esa afectividad que a veces está contenida o que solo aflora, en ocasiones, en el ámbito de la pareja o en el ámbito de la familia.
La mayoría de los varones estamos acostumbrados a que incluso el afecto entre nosotros se exprese con violencia. Esas palmadas fuertes en la espalda, esa manera de saludar "Hey, cabrón, ¿qué tal?". Solemos mostrar el afecto a través del insulto o los golpes; ya que tratar con cariño o decir palabras bonitas a otro hombre es mostrar debilidad.
Uno de los principales instrumentos sociales para mantener la masculinidad tradicional es la homofobia. Es decir, que los demás piensen que eres gay si te muestras sensible, débil, atento, comprensivo, cuidador, cariñoso... Precisamente esto, que se piense que eres homosexual (lo seas o no) tiene un coste social, ya que te puede exponer a la injuria, al insulto, al menosprecio y a la humillación.
¿Cuál es el paso correcto para conseguir una sociedad más igualitaria?
La masculinidad tóxica nos invita a comportarnos como hombres fuertes y superiores a las mujeres. Y así es difícil construir el respeto. Debemos ser más libres, ser más nosotros mismos y que nos dé igual lo que piense el mundo. Esos son valores de la nueva masculinidad. Como varones tenemos que seguir explorando, preguntando y empatizando con las mujeres para alcanzar una sociedad más igualitaria. Tenemos la responsabilidad de informarnos y formarnos, de escuchar y ponernos en la piel de nuestra pareja, de nuestras amigas, de nuestras compañeras, nuestras colegas… y, en general, de todas aquellas mujeres que tenemos a nuestro alrededor.
¿Por qué muchos hombres no se ven como parte de ese sistema patriarcal?
Muchos dicen que comparten las tareas del hogar, que no son violentos, que no ganan más que sus compañeras de trabajo... y no se ven en esa masculinidad tradicional. Pero esa es una mirada individualista. Cuando ampliamos el objetivo y miramos a la sociedad vemos que hay unas diferencias estructurales muy grandes como la brecha salarial, la violencia de género o la feminización del cuidado. Esto es lo que llamamos la masculinidad cómplice: todos esos varones (que son la gran mayoría), que se consideran igualitarios y que, sin embargo, muchas veces forman parte del sistema porque no son conscientes de las situaciones de desigualdad que sufren las mujeres ni se las cuestionan.
¿Cuáles son los costes del patriarcado?
Es mucho lo que el hombre pierde cuando el mandato cultural nos limita cómo tenemos que ser y nos expone a conductas de riesgo, a una mayor exposición a la violencia física y una menor prevención y cuidado que hace que tengamos una menor esperanza de vida. Pero yo creo que el mayor precio que pagamos es el desapego afectivo, esa castración emocional a la que nos vemos abocados. Es cierto que cuando intentas romper con la masculinidad tradicional te sientes un poco cuestionado porque supone una pérdida de poder y de determinados privilegios, pero la contrapartida es que al final tienes la posibilidad de ser más tú mismo, de conectar con tu yo emocional y encontrar otras formas más sanas y más igualitarias de relacionarte con las mujeres y también con otros hombres.
Si hay leyes que defienden la igualdad ¿por qué sigue sin alcanzarse?
Las mujeres pelearon por sus derechos tras tomar conciencia de su situación de subordinación. Digamos que primero se produjo una necesidad de cambio social y este generó el cambio legal, pero la ley por sí misma no es suficiente. Se necesita un cambio de mentalidad, de forma de pensar, de sentir y de mostrarse. Y ese cambio debe ir más allá de lo personal, debe ser estructural: en la política, el derecho, la economía, las instituciones, los cuidados... A los hombres nos falta la parte de tomar conciencia de que este sistema nos perjudica a la mayoría de nosotros, además de perjudicar claramente a la mitad de la humanidad, es decir, a las mujeres. Debemos empatizar, ser conscientes de nuestros privilegios y comprender que para llegar a esa sociedad igualitaria vamos a tener que renunciar a algunas cosas pero, a cambio, ganaremos muchas otras.
¿Qué pueden aportar organizaciones como Amnistía Internacional?
Amnistía Internacional ha sido clave a la hora de denunciar la situación de subordinación que sufren las mujeres. La organización es un referente indiscutible en la denuncia de las violaciones de derechos humanos que padecen las mujeres en el mundo. Es necesario que siga acercándose a esa realidad que viven mujeres y hombres para lograr transformarla. Hay una parte estructural que se debe trabajar y que, una vez cambiada, nos permitirá caminar hacia esa sociedad más igualitaria en la que todos y todas podamos vivir más felices.