En 1980, cuando tenía 15 años, dirigí una protesta estudiantil debido a la cual me expulsaron. Iba al centro de Durban todos los días y veía que los colegios para los niños y niñas blancos eran muy distintos del mío. Aunque las personas adultas nos decían que no podíamos hacer nada, una vez que habíamos visto esa injusticia, no quedaba otra alternativa. Mis amistades y yo decidimos tomar postura en contra de la desigualdad flagrante de Sudáfrica.
Quienes han vivido con el apartheid saben perfectamente lo que significa vivir en una situación que representa por naturaleza una amenaza a tu existencia. Pero en vez de dejarnos dominar por el miedo y asumir que el asunto nos superaba, no tuvimos más remedio que confiar en el poder de nuestras acciones individuales. Son muchas las cosas que puede aprender de esto el movimiento contra el cambio climático. La verdad es que me quedé desolado cuando me expulsaron del colegio. Pero no por ello dejé de pedir cambios. Sabía que no estaba solo. Todos los colegios de Sudáfrica se convirtieron en poderosos focos de lucha tras la brutalidad policial extrema con que había sido reprimida una protesta estudiantil en Soweto de 1976. Gran número de jóvenes, que llevaban toda la vida oyendo que no eran iguales y no tenían poder, organizaron en sus colegios importantes protestas y boicots, que llamaron la atención dentro y fuera del país.Cientos de escolares participan en una protesta climática en Hong Kong, viernes 15 de marzo de 2019. © AP/Kin Cheung
A lo largo de la historia, nuestras sociedades han contraído una deuda con jóvenes que han comprendido que a veces hay que saltarse las normas para dar cabida al cambio. De hecho, fue la estrategia de desobediencia civil, dirigida por jóvenes, lo que condujo a Sudáfrica a poner fin al apartheid. La “Campaña de Desafío” de 1952 es la máxima representación de ello: dirigidos por gente como un joven Nelson Mandela, 8.000 sudafricanos y sudafricanas negros infringieron deliberadamente leyes discriminatorias para incitar a ser detenidos. El objetivo era llenar las cárceles hasta hacerlas rebosar. Aunque, al final, las autoridades la sofocaron, la campaña dio visibilidad a ese importante movimiento por la justicia y atrajo apoyo masivo. Creo que, como hicieron esos y esas jóvenes líderes de Sudáfrica hace decenios, la gente joven que va hoy a la huelga para que se tomen medidas con respecto al clima está construyendo exactamente el tipo de movimiento multitudinario que hace falta para presionar a los dirigentes a fin de que hagan algo. Ha habido múltiples intentos erróneos de políticos de subestimar, menospreciar o desacreditar a los adolescentes y las adolescentes que dirigen estas huelgas. Pero, pesar a todos sus intentos de desviar la atención, es evidente que nuestros dirigentes no están deteniendo el cambio climático. De hecho, continúan propagando mentiras, financiando el sector de los combustibles fósiles y afirmando erróneamente que resultará demasiado caro tomar medidas. Mientras tanto, hemos entrado de lleno en la crisis climática y dejado atrás un medio ambiente estable, que permitía a la humanidad prosperar. El calentamiento que estamos viendo hoy día, en el que los incendios descontrolados, las olas de calor, las inundaciones, las sequías y las tormentas son cada vez peores, es sólo el principio. Si nos quedamos paralizados por el miedo al pensar en ello, es fácil imaginar cómo se sentirá un niño o una niña. Sin embargo, a lo largo de la historia, la gente joven nos ha demostrado que es posible superar nuestros miedos saliendo en defensa de nuestros derechos. En agosto de 2018, el fuego devastó bosques árticos en Suecia, y Greta Thunberg decidió iniciar su huelga frente al Parlamento sueco.Estudiantes de diferentes instituciones sostienen pancartas mientras participan en la huelga estudiantil por el clima, viernes 15 de marzo de 2019. © AP/Altaf Qadri
Este viernes, mientras escribo estas líneas, las huelgas estudiantiles por el clima han aumentado hasta el punto de que se espera que se celebren más 1.300 en casi 100 países de todo el mundo.Debería caérsenos la cara de vergüenza por permitir que jóvenes y niños y niñas tengan que dejar de ir a clase para asumir la abrumadora carga mental de luchar contra esta amenaza para la supervivencia humana. Pero no tenemos tiempo para ello. Nos quedan ya 11 años para reducir a la mitad nuestras emisiones de gases de efecto invernadero a fin de que en 2030 hayan vuelto al nivel de 2010 y esforzarnos por conseguir un nivel cero neto de emisiones antes de 2050 para que tengamos una oportunidad de sobrevivir. Este dato no quiere decir que puedan aplazarse las soluciones, sino que hay que ponerlas ya. Si nuestros dirigentes y, de hecho, otras personas adultas siguen todavía sin tener ni idea de qué hacer, lo único que puedo decirles es que hagan como los niños y niñas.