En 1980, cuando tenía 15 años, dirigí una protesta estudiantil debido a la cual me expulsaron. Iba al centro de Durban todos los días y veía que los colegios para los niños y niñas blancos eran muy distintos del mío. Aunque las personas adultas nos decían que no podíamos hacer nada, una vez que habíamos visto esa injusticia, no quedaba otra alternativa. Mis amistades y yo decidimos tomar postura en contra de la desigualdad flagrante de Sudáfrica.
Quienes han vivido con el apartheid saben perfectamente lo que significa vivir en una situación que representa por naturaleza una amenaza a tu existencia. Pero en vez de dejarnos dominar por el miedo y asumir que el asunto nos superaba, no tuvimos más remedio que confiar en el poder de nuestras acciones individuales. Son muchas las cosas que puede aprender de esto el movimiento contra el cambio climático. La verdad es que me quedé desolado cuando me expulsaron del colegio. Pero no por ello dejé de pedir cambios. Sabía que no estaba solo. Todos los colegios de Sudáfrica se convirtieron en poderosos focos de lucha tras la brutalidad policial extrema con que había sido reprimida una protesta estudiantil en Soweto de 1976. Gran número de jóvenes, que llevaban toda la vida oyendo que no eran iguales y no tenían poder, organizaron en sus colegios importantes protestas y boicots, que llamaron la atención dentro y fuera del país.
Cientos de escolares participan en una protesta climática en Hong Kong, viernes 15 de marzo de 2019. © AP/Kin Cheung

Estudiantes de diferentes instituciones sostienen pancartas mientras participan en la huelga estudiantil por el clima, viernes 15 de marzo de 2019. © AP/Altaf Qadri
Este viernes, mientras escribo estas líneas, las huelgas estudiantiles por el clima han aumentado hasta el punto de que se espera que se celebren más 1.300 en casi 100 países de todo el mundo.Debería caérsenos la cara de vergüenza por permitir que jóvenes y niños y niñas tengan que dejar de ir a clase para asumir la abrumadora carga mental de luchar contra esta amenaza para la supervivencia humana. Pero no tenemos tiempo para ello. Nos quedan ya 11 años para reducir a la mitad nuestras emisiones de gases de efecto invernadero a fin de que en 2030 hayan vuelto al nivel de 2010 y esforzarnos por conseguir un nivel cero neto de emisiones antes de 2050 para que tengamos una oportunidad de sobrevivir. Este dato no quiere decir que puedan aplazarse las soluciones, sino que hay que ponerlas ya. Si nuestros dirigentes y, de hecho, otras personas adultas siguen todavía sin tener ni idea de qué hacer, lo único que puedo decirles es que hagan como los niños y niñas.