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Egipto: Amal Fathy, yo sí te creo

Por Rocío Lardinois (@Roc_torre), activista de Amnistía Internacional,

Estabas harta de humillaciones, Amal. Ese día volvieron a acosarte. Al volver a casa, encendiste la cámara y grabaste un video de denuncia. “Egipto tiene el dudoso honor de ser el subcampeón del mundo en acoso sexual. Las autoridades no nos protegen”, dijiste. Por aquel video que publicaste en las redes sociales, estás en prisión desde el pasado mayo.

Los periódicos progubernamentales te atacaron, acusándote de dañar la imagen de Egipto. Decían que “el video de Amal Fathy amenazaba la convivencia”. Te acusaron de difundir rumores y noticias falsas. Te insultaron y amenazaron en las redes sociales. Sin embargo, las mujeres sabían que decías la verdad, porque viven la misma pesadilla que tú. El acoso sexual en las calles de El Cairo es una afrenta cotidiana. Unos días después de que compartieras el video, las fuerzas de seguridad irrumpieron en tu casa. Os detuvieron a ti, a tu hijo de tres años y a tu marido, Mohamed Lotfy, defensor de derechos humanos. A ellos los soltaron, a ti no. Tu acosador estaba en libertad y a ti te encarcelaban. Mientras Egipto se convierte en una prisión con el presidente Abdel Fattah al-Sisi, no escondiste la cabeza. Hablabas de libertad en las redes sociales, cuando muchos ya no se atrevían. Molestabas por tu activismo por los derechos humanos.


Una mujer egipcia sostiene una pancarta durante una protesta contra el acoso sexual en El Cairo, 14 de junio de 2014. © AP/Amr Nabil

Para las autoridades egipcias, no eres una activista cualquiera, porque tu marido fue investigador de Amnistía Internacional y dirige una destacada organización de derechos humanos, la Comisión egipcia de derechos y libertades. La organización está en el punto de mira de las autoridades, porque investiga las desapariciones forzadas y lleva el caso del estudiante italiano Giulio Regeni, que fue torturado hasta la muerte. Las torturas que sufrió Regeni llevan el sello de las fuerzas de seguridad, pero casi tres años después, las autoridades egipcias se niegan a asumir responsabilidades. Con el presidente Abdel Fattah al-Sisi, los defensores y defensoras de derechos humanos estáis amenazados y teméis que os detengan en cualquier momento. Tu encarcelamiento, Amal, conmocionó a quienes luchan por las libertades en Egipto, porque significaba que ya nadie está a salvo. Los cargos que se presentaron contra ti no sorprendieron a nadie, eran una fantasía sin fundamento. En Egipto, cuando detienen a activistas de derechos humanos o a periodistas, los acusan sistemáticamente de “difundir noticias falsas que amenazan la seguridad del Estado”. De esto mismo te acusó la fiscalía. El 29 de septiembre, el juez te condenó a dos años de cárcel, pero decretó tu libertad bajo fianza. A pesar de que pagaste la fianza y apelaste la condena, sigues en prisión. No te soltaron, porque te habían abierto una segunda causa judicial, acusándote de “pertenecer a un grupo terrorista” y de “incitar a cometer atentados”. Nadie se cree estas acusaciones, pero son tan graves que podrías pasar dos años en prisión preventiva, hasta que se dicte sentencia. Podría caerte una dura condena por denunciar la violencia machista que sufrís las mujeres. 


Amal Fathy. © Private

En las primeras vistas judiciales, impresionaba tu valor y dignidad. Plantabas cara. Temimos por ti, cuando en las redes sociales se publicó un fragmento surrealista de un interrogatorio. “Dijiste que los egipcios tienen hambre y se devoran unos a otros, como los zombis”, te preguntó el juez. “No, dije que son peores que los zombis”, le respondiste. “Pero los zombis se comen a los seres humanos”, insistió el juez. “Sí, los zombis se comen a los seres humanos, pero no se comen a otros zombis. En cambio, los egipcios se devoran unos a otros”, aclaraste. El juez debió sorprenderse de que no te amilanaras. Después de seis meses en prisión, tu salud se resiente y estás muy desanimada. Echas de menos a tu hijo. Toda mujer que viva en El Cairo te creerá. El acoso sexual es una plaga. Antes de salir a la calle, una mujer se mira al espejo. Tira de la blusa hacia abajo y se dice que no cubre su cuerpo lo bastante. Como si fuera a una cita, va sacando perchas del armario. Descarta aquel vestido por ser demasiado corto, tal otro por ceñido o escotado. Da igual como se vista. Si la acosan, se lo habrá buscado, eso dirá la gente. La culpa es siempre de la mujer. Muchas callan, pocas se atreven a denunciarlo, como hiciste tú, Amal. Una mujer no es una perra a la que se silba para que acuda, ni una fruta del mercado que se puede toquetear. Eso piensa una mujer en las calles de El Cairo, pero no lo dice. Si viaja en metro, se siente segura en el vagón reservado a las mujeres. En el autobús, teme que le metan mano. Calla, por temor de que no la crean. En las fiestas de final de Ramadán y del Sacrificio, evita el centro de El Cairo, porque grupos de chicos salen de caza para acosar a las mujeres. Cualquier mujer que viva en El Cairo sabe que Amal Fathy dice la verdad. No debieron encarcelarte por denunciar el acoso sexual que sufrís las mujeres en Egipto. Casi 22.000 personas hemos firmado la petición de Amnistía Internacional exigiendo al gobierno egipcio tu liberación. Y muchas más personas firmarán la ciberacción, ya lo verás. Amal, no estás sola. Estamos contigo y gritamos: “yo sí te creo”.

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