Cuarenta millones, ese el precio de la dignidad. Es lo que Abdulazzi bin Turkin Al Saud pactó con Luis Rubiales para celebrar la Supercopa en un país que vulnera los derechos humanos sistemáticamente. Cuarenta millones para decir en rueda de prensa que un país cuya agencia de seguridad del Estado acaba de etiquetar el feminismo, el ateísmo y la homosexualidad como ideas extremistas condenables a prisión y flagelación, está en pleno cambio cultural y de apertura de fronteras.
Cuando se firma un contrato aparte para que a las europeas se las permita entrar en el estadio y sentarse donde quieran, se está admitiendo que a las saudíes las seguirán persiguiendo, como a Loujain al-Hathloul, encarcelada desde abril de 2018 por defender el derecho a conducir. Cuando se sugiere que habrá libertad de prensa, se está intentando espantar al fantasma del periodista Jamal Khasshogi, torturado y asesinado en una embajada de Arabia Saudí.
El fútbol no es sólo un negocio, es un deporte, y como tal, debe preservar los valores olímpicos por encima de todo: excelencia, amistad y respeto. Tres valores que no encajan con la visión política, social y judicial saudíes.
Llevamos a nuestros cuatro mejores equipos a un país que desprecia los derechos humanos y que ha provocado la crisis humanitaria más grande del mundo en Yemen. Pondremos nuestra mejor cara en los selfis de la grada mientras fuera seguirán deteniendo y torturando a mujeres y hombres por ejercer su libertad de expresión.
No habrá Supercopa femenina en Arabia Saudí. Lo prefiero. No quiero ver a Nahikari, Lola, Ángela o Marta pasear por un país donde las odiarían por ser libres. A la vez, me duele. Porque sí querría verlas pasear entre niñas que necesitan esa esperanza, ver a mujeres cumplir su sueño y vivir del fútbol. Nuestras jugadoras son referentes de libertad, normalidad, esfuerzo y solidaridad para las generaciones más jóvenes de nuestro país. Han crecido manifestando su feminismo sin grandes discursos. Han mostrado el amor a sus parejas, algunas de ellas mujeres, sin complejos y sin miedo. Y han luchado juntas hasta convocar la primera huelga del fútbol femenino. Porque aquí, en España, a nuestras futbolistas están a punto de firmar un convenio que les garantice derechos mínimos como trabajadoras. Allí las mujeres necesitan que alguien les garantice derechos mínimos como seres humanos.
El fútbol debe volver a ser un deporte y dejar de ser un negocio sin escrúpulos. Maquillar la realidad de un país que tortura, nos deja a su altura.
Nuestros cuatro mejores equipos jugarán la Supercopa en Arabia Saudí. Ni uno solo de sus jugadores se pronunciarán en contra del Régimen. Los dirigentes de la Real Federción Española de Fútbol doblarán la rodilla delante del príncipe Mohammad bin Salman, que seguirá aparentando civilidad, paz y cordialidad en una tierra azotada por el sinsentido.