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© REUTERS/Ben Blanchard. Residentes del centro de reeducación en Kashgar asisten a una clase de chino, Región Autónoma Uighur de Xinjiang, China, 4 de enero de 2019.

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El dilema de las personas uigures que viven fuera de China

Por Patrick Poon (@patrickpoon), investigador de Amnistía Internacional,

El sueño de Nur siempre había sido estudiar en Japón. Pero cuando se despidió de sus padres en la Región Autónoma Uigur del Sin-kiang, en China, para ir a estudiar a Tokio, no podía saber que su sueño iba a convertirse en una pesadilla.

Dos años después, en abril de 2017, Nur (cuyo nombre real no se revela por motivos de seguridad) recibió una llamada telefónica de su madre que, llena de ansiedad, le dijo que la policía de la Región Autónoma le había ordenado volver a casa.

Poco después recibió otra llamada de su padre, y esta vez el mensaje era aún más escalofriante: “No vengas y no les mandes ningún documento. No vuelvas a contactar con nosotros”.

Nur se quedó confuso y asustado, pero no era el único que se sentía así. Nur es una de las numerosas personas uigures —minoría étnica predominantemente musulmana que vive en la Región Autónoma Uigur del Sin-kiang, en el noroeste de China— que se ha trasladado al extranjero sólo para que los tentáculos de gran alcance de la represión china los alcancen.


Valla perimetral alrededor de lo que se conoce como un centro de reeducación en Dabancheng, en la Región Autónoma del Sin-kiang,4 de septiembre de 2018. La policía de Dabancheng detuvo a dos periodistas de Reuters durante más de cuatro horas después de que tomaran las fotografías. © Especial MUSLIMS-CAMPS/CHINA REUTERS/Thomas Peter

Hay indicios crecientes de que, desde principios de 2017, las autoridades chinas han detenido a hasta un millón de personas uigures, kazajas y de otras minorías étnicas en campos de internamiento masivos —denominados centros de “reeducación” o de “formación profesional” por las autoridades de Pekín— donde sufren torturas y otros tratos ilícitos.

Para las personas uigures que viven en Japón y otros países, volver a casa es una espada de doble filo. Por una parte, podrían ver a sus seres queridos. Pero por otra, corren el riesgo de ser objeto de detención arbitraria.

Para Nur ese riesgo estaba implícito en el mensaje de su padre. Esto le ha colocado ante una decisión imposible: ir a casa y correr el riesgo de ser enviado a un campo o quedarse en Japón y no volver a ver a su familia.

Antes de recibir la llamada telefónica de su madre, la policía de la Región Autónoma Uigur del Sin-kiang había contactado con ella durante meses, pidiendo documentos oficiales que demostrasen que Nur estaba estudiando en Japón. La embajada china en Tokio aconsejó a Nur que obtuviera esos documentos y los enviase a casa. Ahora Nur tiene demasiado miedo de contactar con la policía.

Otras personas uigures en Japón con las que hablamos están en situaciones similares: preocupadas por la suerte de su familia, pero demasiado asustadas para volver a casa a verla. Muchas dijeron que la policía de su localidad natal había preguntado a sus padres por la situación de sus hijos o hijas en el exterior. Algunos incluso pidieron su dirección y número de contacto.

Otro miedo relacionado con la vuelta a casa para las personas uigures que viven en el extranjero es que, aun cuando evitaran la detención en la Región Autónoma, les podrían impedir volver a salir de China debido a asuntos relacionados con el pasaporte.

Nur dijo que tuvo que pagar 40.000 yuanes (aproximadamente 5.800 dólares estadounidenses) a la policía de su localidad natal en la Región Autónoma del Sin-kiang para solicitar un pasaporte antes de salir del país en 2015, pero no sabe qué pasará cuando expire.

Otra persona uigur que vive en Japón nos dijo: “Me preocupa lo que podría pasar si entro en la embajada china. Me preocupa que me confisquen el pasaporte sin más”.

Las personas uigures con las que hablamos dijeron que eso ya les había pasado a algunas personas cuando intentaron renovar su pasaporte chino, lo que les imposibilitaba salir de Japón. La negativa arbitraria a devolver o renovar el pasaporte es una violación del derecho a la libertad de circulación.

Para las más de 2.000 personas uigures que viven en Japón, su visado les permite quedarse indefinidamente en el país, incluso sin su pasaporte chino. Pero se enfrentan a la posibilidad real de no volver a ver nunca a sus familias, dilema que agrava el miedo constante de que sus familiares sean llevados a los campos.

Uigures y simpatizantes se concentran ante Naciones Unidas en Nueva York, el 15 de marzo de 2018. Miembros de este grupo étnico realizaron manifestaciones en todo el mundo para protestar contra una campaña de control  y vigilancia por parte del gobierno chino. © AP/Seth Wenig

Una mujer uigur nos contó que los tres familiares que la habían visitado en Japón estaban ahora detenidos en campos de “reeducación” de la prefectura de Tacheng, en la zona noroccidental de la Región Autónoma Uigur del Sin-kiang. Había pensado en volver a la Región Autónoma para buscarlos, pero le preocupaba que la detuvieran también a ella.

Cuando expiró su pasaporte chino, los funcionarios de la embajada china en Japón le dijeron que sólo podía renovarlo volviendo a Sin-kiang. Muchas personas creen que esto es una trampa: el método del gobierno chino para obligar a las personas uigures a regresar a Sin-kiang para ser sometidas a “reeducación”.

“Quién sabe lo que le pasaría si volviera a China”, dijo su esposo. “Extrañamos a nuestra familia, pero si volvemos correremos peligro. No sabemos qué hacer”.

Cuando les preguntamos si creían que alguna vez podrían volver a ver a sus familias en Sin-kiang, ninguna de las personas con las que hablamos fue optimista.

“Tenemos un visado para vivir en Japón, pero nos preocupa si podremos renovar el pasaporte cuando expire y tenemos miedo de lo que nos pasaría si volvemos a China. Sencillamente no tenemos elección”, dijo una de ellas.

Desde que recibió la aterradora llamada de su padre, Nur ha tenido un contacto mínimo con sus padres. Su comunicación se ha limitado a breves mensajes en WeChat para confirmar que están bien y no los han encerrado en un campo. Por ahora, eso parece lo mejor que cabe esperar.

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