No sorprende ver la explosión de títulos para cines, streaming y televisión que han surgido en el último lustro en Asia oriental que tratan conflictos que incluyen, entre sus personajes principales y entre las amistades y romances que plantean, la fenomenología narrativa LGTBIQA+, sobre todo en forma de propuestas comerciales sobre el autodescubrimiento en el mundo adolescente dirigidas a estas generaciones más aventajadas en temática de diversidad.
El hongkonés Wong Kar-Wai o el malayo Tsai Ming-liang enriquecieron en los noventa, bajo un sello autoral, la filmografía de esta parte del mundo con historias en las que los hombres homosexuales tenían finalmente un espacio en el que dar rienda suelta a sus sentimientos y pasiones. Un espacio que ya habían ocupado mujeres con otros tipos de deseo y de identidad queer desde películas como “Manji” (Yasuzo Masumura, 1964) o “Funeral Parade of Roses” (Toshio Matsumoto, 1969). La sombra de estos maestros es alargada y en películas como “Days” del propio Ming-liang y “Moneyboys” (C.B.YI, 2021) se muestran encuentros urbanos entre hombres sencillos, en algunos casos extraídos de submundos como el del trabajo sexual, quienes, desde su posición de soledad apartados del asfixiante seno familiar, encuentran un sitio donde quedarse lejos del mundanal ruido en el que surgen el erotismo y las emociones genuinas. Un acercamiento a nuevas formas de amor y de sexo desde la vergüenza social y el desapego emocional, siendo ese lugar en el que los amantes se muestran en libres el único resquicio de su mundo en el que desaparecen los obstáculos socioculturales.
Al otro lado del océano Índico, la falta de apoyos cinematográficos impide que esas voces artísticas que surgen en estos países cada vez con más habitualidad, aunque aún muy puntualmente, puedan añadir al mismo nivel cuantitativo sus comprometidas miradas a la riqueza material de la temática que nos concierne. Son pocos los casos que nutren esa aridez histórica, pero al mismo tiempo son propuestas recibidas con especial entusiasmo, por su excepcionalidad y su valor cultural.
“La herida” (John Trengove, 2017), relato de masculinidad tóxica en el seno de la población indígena de Sudáfrica, muestra a un hombre homosexual que vuelve a su poblado para servir de mentor en una ceremonia de iniciación a la hombría. Dada su universalidad, podría haber tratado con igual coherencia los temas que propone en el seno de una comunidad conservadora de occidente, pero esa historia ya la hemos visto y aquí la urgencia surge de trasladar estas vivencias a lugares aún herméticos.
Al otro lado del Sahara, la directora Maryam Touzani dirige la que es una de mis películas preferidas de este 2023. “El caftán azul” aborda un bígamo entre un modisto, su mujer y un atractivo aprendiz del oficio en un Marruecos tangible, aunque desrealizado. La directora habla de lo afectivo con insólita madurez e ignora el proceso habitual del cine como instrumento crítico. Personajes que demuestran desde la implicitud del silencio y desde la intimidad de los gestos y de los sentidos más purificados la capacidad de “querer en plural”. En esta parte del mundo, las mujeres pierden la ubicuidad con la que cuentan para exponer formas de deseo no heteronormativas en el cine de países como Japón, Corea del Sur, Hong Kong y Taiwán, en los que, además, los tapujos enterrados permiten mostrarlas a través de un erotismo más desmedido (véase “La doncella” de Park Chan-Wook).
Entre ambos territorios, en Oriente Medio, el fanatismo provoca que solo unos pocos, valientes, normalmente desde una visión externa, se acerquen a esta radicalidad argumental. “Mr. Gay Siria” (Ayse Toprak, 2017), documental turco sobre la vivencia de la crisis migratoria por parte de refugiados sirios homosexuales, es un ejemplo de esto. Pero si tenemos que dar cabida a un título, por su valor extracinematográfico, ese es “Joyland” (Saim Sadiq, 2022), un milagro paquistaní que, sorteando la censura, supone una primera oportunidad para hablar de identidad de género y rebeldía sexual en este lugar del planeta.