Primero fue la Supercopa de España, que desde 2019 no se celebra en España sino en Arabia Saudí. 1-0. La temporada pasada llegó el acuerdo de colaboración entre La Liga (la misma institución que criticó que la Federación Española de Fútbol se llevara la Supercopa al mismo país) y Visit Saudi para mostrar la excepcional oferta turística de Arabia Saudí. 2-0. El 20 de octubre el estadio del Atlético de Madrid adoptará el nombre de Riyadh Air Metropolitano como parte del acuerdo entre el equipo rojiblanco y la linea aérea saudí, que ya luce en la camiseta del Atleti esta temporada. 3-0.
Todos estos goles los ha marcado el mismo protagonista: el sportwashing de Arabia Saudí, que lleva años goleando, no solo en España. Su presencia ha dejado de ser anecdótica y se ha instalado en el fútbol español, captando a quienes organizan torneos y dirigen clubs a cambio de millones y millones. A nadie le sorprende ya y cada vez provoca menos rechazo. El sportwsahing ha llegado para quedarse.
Estos son sólo tres ejemplos, pero hay muchos más como la fuga de futbolistas o entrenadores españoles o que han desarrollado parte de sus carreras en España a la Liga saudí. Son los casos de Cristiano Ronaldo, Neymar Jr, Nacho Fernández, Míchel, Fernando Hierro, Karim Benzema o Gabri Veiga, entre una larga lista de figuras que antes jugaban en nuestro campeonato y ahora lo hacen en el saudí para contribuir a dulcificar la imagen del país. Poco a poco Arabia Saudí escala posiciones en la tabla y se cuela en las tertulias, en los periódicos, en los chats y en las conversaciones. Está ganando el partido porque está normalizando algo que no deberíamos permitir.
El mundo del fútbol mira descaradamente hacia otro lado, como se hizo con Qatar, el mundial de la vergüenza, en 2022. A nadie parece importarle ya que Arabia Saudí siga ejecutando a personas, 198 en lo que llevamos de año 2024 -la cifra más alta en los últimos 20 años- o que siga siendo uno de los países más represivos para quienes exigen libertad e igualdad. El príncipe heredero Mohammad bin Salmanimpone alegremente su agenda en el mercado internacional y para ello se sirve del deporte. Sin embargo, esta visión aperturista tiene también manchas dentro del propio país. Deportistas como Manahel al Otaibi, una profesora de fitness de 30 años, está condenada a 11 años de prisión. ¿El delito? Publicar unas fotos en redes sociales en las que aparecía en un centro comercial con una vestimenta “indecorosa”, o lo que es lo mismo, sin abaya (vestido largo tradicional). Todo esto sin dejar de lado otros abusos presentes en el terreno de juego y en la vida cotidiana: la criminalización de las personas LGBTI o el abusivo sistema de kafala (igual que en Qatar) que explota a trabajadores migrantes o los condena a la miseria, como denuncia en un nuevo informe Amnistía Internacional centrado en los trabajadores de centros Carrefour que hay allí.
Por si fuera poco, Arabia Saudí se postula para organizar el Mundial de 2034 de la FIFA. Quizá cuando queramos remontar ya sea demasiado tarde, pero aún hay partido. Sólo con cambios reales en las instituciones deportivas, con la aparición de un revulsivo que salga del banquillo para cambiar estas tendencias blanqueadoras y con el apoyo incondicional de la afición que debe hacer escuchar su voz, podremos dar la vuelta a este resultado. La pelota no se mancha, dijo Maradona. Y conviene recordarlo ahora que probablemente está más manchada que nunca por culpa del sportwashing.