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Una manifestante antigubernamental hace gestos durante los enfrentamientos con la policía, El Cairo, 26 de enero de 2011. © REUTERS/Amr Abdallah Dalsh

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El amor en tiempos del presidente al-Sisi

Por Rocío Lardinois (@Roc_torre), Equipo de Norte de África de Amnistía Internacional,

Desde la cárcel, Ahmed Douma pidió a sus amigos que asistieran a su última vista judicial. Los echaba de menos, porque en cinco años, solo se habían visto en la sala del tribunal. Douma asistía al juicio en una jaula acristalada. Se saludaron a través del cristal.

“Ánimo”, le dijeron. En Egipto, muchos admiran a Douma, una de las figuras de la “Revolución del 25 de enero”, porque se ha mantenido fiel a sí mismo y al espíritu de libertad de la plaza Tahrir. “Pan, libertad y justicia social”, gritaban los manifestantes en El Cairo hace ocho años. Los partidarios del presidente al-Sisi lo consideran un enemigo del Estado. Douma y sus amigos son hijos e hijas de la plaza Tahrir. Ahora, los llaman la “generación de las cárceles y el exilio”. Desde que Abdel Fattah Al-Sisi gobierna el país, han pagado caro su compromiso con la primavera egipcia, sobre todo Douma. Lo condenaron inicialmente a veinticinco años de cárcel y lleva cinco en régimen de aislamiento, sin ver el sol y sin poder comunicarse con otros presos. Tras apelar, se anuló aquella condena, pero Douma permaneció en prisión. El juicio debía repetirse. El 9 de enero, se dictaba nuevamente sentencia en el mismo caso. Se le acusaba de participar en unas manifestaciones y en actos violentos en el centro de El Cairo, después de la caída del presidente Hosni Mubarak. Muchos activistas esperaban que el tribunal fuera clemente. “Dejad que Douma viva su vida”, eso pedían en las redes sociales. El preámbulo de la sentencia sacudió al público. “Traidores”, así calificaba el tribunal a los jóvenes que se levantaron en la plaza Tahrir y llevaban ocho años exigiendo libertad. “Entre las calamidades que azotaron a nuestra patria, están el desapego y la hostilidad de una parte de sus hijos. Pretendían destruir y dividir al país, engañando a la opinión pública, mientras se hacían pasar por patriotas”, leyó el juez. Finalmente, le cayeron a Ahmed Douma quince años de cárcel. Apelará, pero si se confirma la sentencia, habrá perdido su juventud entre rejas. Amigos y familiares increparon al tribunal; muchos lloraban. Al momento, en las redes sociales, se compartía la fotografía de Douma sonriendo, tras conocer la sentencia. Los fotógrafos enfocaban a la mujer que le respaldó todos estos años. Hacía unas semanas, en una carta abierta, Douma había anunciado su divorcio: “Nos separamos en el amor y la esperanza”. Así se vive el amor en tiempos del presidente al-Sisi.


Alaa Abdel Fattah. © Mohamed Atef

En juicios sin garantías, miles de jóvenes opositores, que soñaron con una apertura democrática, han sido condenados a duras penas, por manifestarse sin autorización, defender los derechos humanos o criticar al gobierno en las redes sociales. Al poco de ser encarcelados, algunos se habían mostrado esperanzados, porque creían que los vientos del cambio habían llegado para quedarse. Sacrificaban su libertad por la libertad de todos y eso les daba fuerzas. El bloguero Alaa Abdel Fattah, uno de los iconos de la primavera egipcia, escribía: “Puede que pecara de optimismo. Me mudé a Egipto. Tuve un hijo. Fundé una empresa. Participé en iniciativas que aspiraban a una democracia más popular, descentralizada y participativa. Incumplí leyes draconianas y obsoletas. Entré en prisión sonriendo”. “La desesperación es una traición”, clamaba uno de los eslóganes de la plaza Tahrir. Ocho años después de aquellas revueltas míticas, la propaganda del gobierno egipcio ha reescrito la historia más reciente, como si la plaza Tahrir nunca se hubiese levantado. El país ha caído en una amnesia colectiva. Los hijos e hijas de la “revolución del 25 de enero” están hoy desalentados. “Cada vez que me encarcelan, una parte de mí se rompe. Cuando encarcelan a alguien, una parte de nosotros se rompe”, escribió Alaa Abdel Fattah. En marzo, Alaa habrá cumplido su condena, pero su libertad será parcial. Como a otras figuras de la primavera egipcia, le exigen que pase las noches en comisaría: doce horas de libertad, doce de detención, así durante cinco años.


Amal Fathy. © Private

Encarcelan a humoristas, periodistas, activistas de derechos humanos… Les acusan invariablemente de difundir noticias falsas y militar en grupos terroristas. Amal Fathy fue encarcelada en el mes de mayo por denunciar en un video el acoso sexual que había sufrido. Amal había creído como tantos que las revueltas de la plaza Tahrir traerían libertad. El 27 de diciembre pasado, la absolvieron de los cargos de terrorismo y le impusieron arresto domiciliario. Amal celebraba su liberación cuando supo que en cualquier momento podían encarcelarla nuevamente. La habían condenado a dos años de cárcel en otra causa judicial por difundir falsedades en las redes sociales. El amor en las cárceles de al-Sisi mueve montañas. “Debo mantenerme fuerte para Amal y nuestro hijo de tres años. Cuando visito a Amal en la cárcel, hago todo lo que puedo para mantener alta su moral... y la mía. Es increíble ver cómo la gente se está movilizando por su libertad. Con tantas personas apoyándonos, no nos sentimos solos y no vamos a rendirnos”, escribía su marido, Mohamed Lotfy, defensor de derechos humanos. Es amarga la cárcel para los jóvenes que trajeron la primavera a Egipto. Cada semana, las familias repiten el mismo ritual: hacen cola desde el amanecer ante la prisión, con la comida que han preparado, la ropa limpia y los cigarrillos que sirven de moneda de cambio. La administración puede revocar las visitas, sin avisar. Las condiciones de encarcelamiento son tan duras que el estado de salud de los presos empeora rápidamente, pero se les deniega atención médica. Suena el timbre que anuncia el fin de la visita. Llega la hora del último abrazo. “Estoy bien, cuidaos”, dicen, aparentando fortaleza.  Entre rejas, crece el amor, esperando la próxima visita, o muere. Si tienen pareja, pero no están casados, no podrá visitarles. Generalmente, no se les permite recibir cartas, entonces, su mundo va desvaneciéndose. El octavo aniversario de las revueltas contra Hosni Mubarak es amargo. Absolvieron al anciano expresidente de la muerte de más de 800 manifestantes y vive en libertad. Mientras, las personas emblemáticas de la plaza Tahrir están en prisión, en libertad condicional o en el exilio. Cansada de revueltas e inseguridad, en Egipto, la gente corriente ha dado la espalda a los jóvenes de la plaza Tahrir. “Pude parecer ingenuo por creer que nuestro sueño podría hacerse realidad. No fue una tontería creer que era posible otro mundo. En aquellos momentos parecía alcanzable. O al menos así lo recuerdo”, así resumía Alaa Abdel Fattah el sentir de su generación. Todo parece perdido. Sin embargo, mientras haya en Egipto personas valientes que arriesgan todo por los derechos humanos y la libertad, la primavera egipcia no habrá muerto del todo. Y las hay. En Amnistía Internacional, seguiremos peleando por su libertad.

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