En el año 2017, Amnistía Internacional publicó un demoledor informe sobre una de las peores prisiones de todo el mundo: la prisión de Saydnaya, situada 30 kilómetros al norte de Damasco.
Ese informe incluía espeluznantes testimonios sobre tortura, enfermedad y muerte. El título lo decía todo: Matadero humano. Ahorcamientos masivos y exterminio en la prisión siria de Saydnaya. A través de los casos de 65 sobrevivientes de tortura, que describieron los terribles abusos y las condiciones inhumanas imperantes en Saydnaya, Amnistía Internacional reconstruyó como era la vida (por llamarlo de alguna manera) en este matadero. La mayoría de supervivientes explicaron que habían visto morir a personas bajo custodia, y varias de ellas dijeron que habían estado recluidas en celdas junto con cadáveres. Entre 2011 y 2015, todas las semanas, se sacaba de sus celdas a grupos de hasta 50 personas para ahorcarlas. En cinco años fueron ahorcadas en secreto en esta prisión hasta 13.000 personas, en su mayoría civiles presuntamente contrarios al gobierno.
Los ahorcamientos en Saydnaya se llevaban a cabo de madrugada. A los reclusos cuyos nombres figuraban en la lista se les decía que iban a ser trasladarlos a prisiones civiles, pero la realidad era muy diferente: eran llevados a una celda en el sótano de la prisión, donde se les propinaba una brutal paliza y luego los cambiaban de edificio, donde eran ahorcados. Durante todo este proceso, tenían los ojos vendados y no sabían cómo ni cuándo iban a morir. Solo eran conscientes cuando se les pasaba la soga alrededor del cuello. “Los tienen [colgados] allí 10 o 15 minutos. Algunos no morían porque pesaban poco. En el caso de los jóvenes, su peso no los mataba. Los ayudantes de los funcionarios los bajaban y les rompían el cuello”, dijo un ex juez que presenció los ahorcamientos.
Horas después de capturar la capital, los rebeldes, dirigidos por Hayat Tahrir al-Sham (HTS), abrieron la prisión de Saydanaya, liberando a cientos de detenidos, entre ellos muchas mujeres y niños pequeños. © Mohammad Haffar/Deja Vu/SIPA
Quien no era ejecutado, era sometido a terribles torturas. Algunas de las personas que sobrevivieron al horror explicaron que, a su llegada al centro, pasaban por el rito de la “fiesta de bienvenida”, en la que eran objeto de brutales palizas, a menudo con barras de silicona o metal o con cables eléctricos. “Nos trataban como a animales. Querían que la gente fuera lo más inhumana posible [...] Vi la sangre; era como un río [...] Nunca imaginé que la humanidad pudiera caer tan bajo [...] no tenían ningún problema en matarnos allí mismo”, explicó Samer, un abogado detenido cerca de Hama. Según los relatos, esas “fiestas de bienvenida” iban a menudo seguidas de “chequeos de seguridad”, en los que especialmente las mujeres eran sometidas a violación y agresión sexual por los guardias.
Las torturas comenzaban antes, durante los interrogatorios, en los que el objetivo era obligarlas a hacer “confesiones” o facilitar otra información como castigo. Entre los métodos habituales figuraban las técnicas conocidas como dulab (obligar a la víctima a permanecer con el cuerpo contorsionado dentro de un neumático) y falaqa (azotarla en las plantas de los pies). También se les sometía a descargas eléctricas o a violación y violencia sexual, o les arrancaban las uñas de las manos y los pies, les escaldaban con agua caliente o les quemaban con cigarrillos. Muchas de las personas detenidas llegaron a crear “métodos” para sobrevivir, como ocultar enfermedades, comer cualquier cosa, mantenerse calientes, crear una impresión de familia con otras personas detenidas… Cualquier cosa servía para escapar, aunque fuera por un momento, de aquel horror.
Amnistía Internacional puso al descubierto estos terribles testimonios y creó una reconstrucción virtual en 3D de Saydnaya. Por medio de reproducciones arquitectónicas y acústicas y descripciones de las personas que estuvieron detenidas, la reconstrucción daba vida al terror que sufrían a diario y a sus espantosas condiciones de reclusión. Estos espeluznantes relatos llevaron a la organización a concluir que el sufrimiento y las terribles condiciones de Saydnaya se infligían deliberadamente a los reclusos como una política de exterminio.
Imagen del interior de la cárcel de Saydnada en Damasco, Siria. © Mohammad Haffar/Deja Vu/SIPA
Han pasado casi diez años y este fin de semana hemos visto como, tras el derrocamiento del presidente Bashar al Assad, los rebeldes abrieron las puertas de decenas de prisiones, cárceles y centros de detención, entre ellas las de Saydnaya, de donde fueron liberados cientos de personas. Muchas de las imágenes que han corrido por las redes sociales mostraban a hombres famélicos, con notables muestras de haber sido objeto de violencia, desubicados y desorientados. Horas antes, en una declaración emitida en directo por la televisión nacional siria, las fuerzas de la oposición afirmaban haber puesto fin al gobierno del presidente sirio Bashar al Assad y liberado a presos políticos. Assad había abandonado el país.
Tras más de cinco décadas de brutalidad y represión, el 8 de diciembre de 2024 se abrieron no solo las puertas de muchas prisiones en Siria; se ha abierto una puerta para que el pueblo de Siria tenga la oportunidad de vivir libre de temor y con derechos garantizados. Bajo el gobierno de Bashar al Assad, y antes de él de su padre Hafez al Asad, la población siria ha sido objeto de un espantoso catálogo de violaciones de derechos humanos que han causado un sufrimiento humano indecible a gran escala. Esto incluyó ataques con armas químicas, bombas de barril y otros crímenes de guerra, así como asesinatos, torturas, desapariciones forzadas y exterminio. Muchas de estas violaciones equivalen a crímenes de lesa humanidad. Ahora es el momento de aprovechar la oportunidad y reparar decenios de graves violaciones de derechos humanos. Es el momento de seguir abriendo puertas y que entre el aire de la justicia y la rendición de cuentas por los crímenes cometidos.