Todavía en la década de los años 80 y 90 del siglo XX, en España, los asesinatos machistas sólo figuraban como crímenes pasionales en las crónicas de sucesos. Era el “amor ardiente” la causa por la que hombres asesinaban a mujeres, y a pesar del espanto, la sociedad era complaciente con ese sentimiento.
En 2002 un tribunal impuso nueve meses de prisión al entonces alcalde de Ponferrada. Fue el primer político condenado, fue la primera sentencia que reconocía el delito de acoso sexual en el trabajo y Nevenka Fernández fue una de las primeras valientes que se atrevió a denunciar. Ella no consintió, aunque entonces el consentimiento carecía de la potencia actual. Pero la sociedad y sus vecinos “comprendieron” al agresor y rechazaron a Nevenka, que tuvo que abandonar su ciudad y el país para reconstruirse, ella y su vida. La película de Icíar Bollaín Soy Nevenka recupera la historia más de 20 años después y en ella se pueden ver los avances conseguidos, pero también los estereotipos que siguen ahí.
Porque los hombres que violentaban a las mujeres parecían estar hechos sólo de deseo y emociones. Hombres a los que la sociedad, en su benevolencia al juzgarles, les quitaba, paradójicamente, los atributos previamente otorgados en exclusiva al varón, la razón, el juicio, la voluntad, el poder, para considerarles pobres víctimas. El mundo al revés.
Protesta durante el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, celebrada en Barcelona. © Marc Asensio/NurPhoto/Shuttersto / GTRES
El movimiento feminista está consiguiendo romper el envoltorio sentimental de la violencia de género y cambiarlo por conocimiento. El feminismo enseña otra visión de estas violencias. Identifica cómo el poder patriarcal y la voluntad de dominio están detrás de toda agresión machista a las mujeres, desde los actos de violencia sexual calificados jurídicamente de menor grado hasta los asesinatos. Las mujeres están mostrando que la violencia de género, en todo su horror, no la ejercen hombres monstruosos, ni sucede en circunstancias excepcionales o en determinados países, ni tampoco depende de la cultura, ni del nivel educativo, ni de la clase social de los agresores. Es una violencia que circula por la sociedad patriarcal en todos sus niveles y en las situaciones más cotidianas.
“Las mujeres están mostrando que la violencia de género [...], no la ejercen hombres monstruosos, ni sucede en circunstancias excepcionales o en determinados países, ni tampoco depende de la cultura, ni del nivel educativo, ni de la clase social de los agresores. Es una violencia que circula por la sociedad patriarcal en todos sus niveles y en las situaciones más cotidianas.”
Pero las mujeres, con sus análisis y luchas, individuales y colectivas, impregnan de este conocimiento al conjunto social e impulsan cambios legislativos imprescindibles para poner en su sitio, sin confundirlos, al agresor y a la agredida. Ellas han ampliado el campo de lo que es violencia sexual y reducen el margen de impunidad. Saben lo que no consienten y saben identificar como violencia el comportamiento masculino que mina su autoestima, la falsa interpretación unilateral de sus deseos, y cómo lo que para ellos puede ser un juego, para ellas puede violentar su dignidad.
El estallido en EEUU del movimiento Me Too en 2017, sacó a la luz pública la violencia sexual ejercida por hombres influyentes y abrió el camino para dejar a un lado el miedo de las mujeres a la denuncia pública. Porque al romper el silencio se socaba la protección de los poderosos. Ellas se atreven a enfrentar el prestigio económico, político, artístico o deportivo de los socialmente intocables, con sus propias historias; historias compartidas que dicen la verdad de los comportamientos machistas de acoso y violencia.
“Hermana, yo sí te creo”. Con el caso de la Manada en España, en 2016, el feminismo defendió la credibilidad de las mujeres, ante la sociedad y en los juzgados, cuando denuncian una agresión, e impulsó el cambio legislativo con la Ley de 2022 del solo sí es síque redefine lo que es violencia sexual y pone en el centro el concepto de consentimiento al evaluar el delito.
Varios centenares de personas se reunieron para apoyar a Gisele Pelicot, víctima de violencia sexual, y a todas las víctimas de violencia sexista y sexual. © SIPA
Para que la vergüenza cambie de bando
“Para que la vergüenza cambie de bando”. Lo ha dicho Gisèle Pelicot, la mujer que en Francia fue violada sistemáticamente durante 10 años por más de 50 hombres, agresiones que programaba su propio marido después de drogarla. Ella ha querido que las audiencias del juicio sean públicas. “Cuando decidí no hacerlo a puerta cerrada quería que todas las mujeres víctimas de violaciones pudieran decir: si la señora Pelicot lo hizo, nosotras podemos hacerlo”. Su caso muestra otra vez que el violador no es un extraño o una bestia y puede ser uno de tu familia, de tus amigos, de tus compañeros de trabajo, de organización o de partido. Y está impulsando el cambio del Código Penal francés para que incluya el consentimiento como elemento central para determinar el delito de violencia sexual.
Se acaba de aprobar una Directiva Europea sobre la lucha contra la violencia hacia las mujeres y la violencia doméstica que proporciona un marco integral para prevenir y combatir la violencia de género en todos los países de la Unión Europea. En España hay un desarrollo legislativo importante con las leyes de igualdad y no discriminación hacia las mujeres y de garantía integral de la libertad sexual, que se va acompañando con juzgados especializados para la mejor aplicación de las leyes. Las estadísticas y observatorios sacan a la luz la dimensión de la violencia de género y, para prevenir y actuar contra el acoso y la violencia sexual, existe un amplio catálogo de protocolos, desde los establecidos en las empresas hasta los implementados en los espacios de ocio. Pero los recursos hay que utilizarlos para hacerlos valer.
Los derechos ganados tienen un mismo hilo conductor, la solidaridad y el ejemplo multiplicador, porque la acción valiente de una mujer sirve a todas y, además, produce progreso moral en la sociedad. Porque el valor de la igualdad, de la no discriminación, de la libertad y autonomía de las mujeres, de la dignidad personal, toman cuerpo social cuando la comunidad entiende que la violencia contra las mujeres en sus múltiples formas es incompatible con la universalidad de los derechos humanos.
La sociedad está recorriendo este camino y, sin embargo, todavía buena parte de la violencia de género sigue oculta. Son varios los motivos, pero las instituciones no dan el apoyo ni la seguridad que las mujeres necesitan para denunciar. Y desconcierta que, a pesar de los avances, sigan aumentando los delitos contra la libertad sexual y aparezcan nuevas formas de violencia.
Pese a los avances, nuevas formas de violencia
Según la Fundación ANAR, con datos obtenidos a partir de las llamadas a su teléfono de ayuda, las agresiones sexuales a niñas y adolescentes han aumentado un 55% en los últimos 5 años y las agresiones grupales, en manada, representan ya casi el 11%. También aumentan las agresiones a través de las tecnologías. Situaciones como el grooming (acoso y abuso sexual online) o el sexting (envío de contenido sexual a través del móvil) representan casi el 44% de los casos. A su vez, 1 de cada 100 agresiones ha sido por sumisión química. El perfil del agresor es un hombre adulto del entorno de las chicas.
“Las agresiones sexuales a niñas y adolescentes han aumentado un 55% en los últimos 5 años y las agresiones grupales, en manada, representan ya casi el 11%”
También sorprende cómo se banaliza la violencia de género entre chicos cada vez más jóvenes. Según la encuesta realizada en 2023 por la Fundación FAD Juventud con jóvenes de entre 15 y 29 años, uno de cada 4 chicos (23,1%) considera que la violencia machista es un invento ideológico, mientras que el porcentaje de chicas que piensan así es mucho menor (13,2%). En todo caso esa distorsionada percepción va en aumento desde 2019, sobre todo entre ellos.
La organización Save the Children en su informe Silenciadas, señala que en España se han disparado las agresiones sexuales múltiples cometidas por adolescentes y, en estos casos, el perfil de la agredida es una chica con una edad media de 15 años, similar a la de sus agresores. En 2022, más de 1.000 menores de entre 14 y 17 años fueron detenidos o investigados por delitos sexuales, un 18% más que en 2021. Algunas de las agresiones grupales son grabadas y difundidas a través de las redes sociales como señal de poder y dominio, como “heroicidad” compartida y modelo de grupo, para reconocerse entre iguales y conseguir así multiplicar los casos.
“En 2022, más de 1.000 menores de entre 14 y 17 años fueron detenidos o investigados por delitos sexuales, un 18% más que en 2021.”
Tampoco ayuda cuando los jueces, al aplicar la ley, dictan sentencias que las víctimas y la sociedad perciben injustas, como en el caso del reciente juicio celebrado en Murcia contra una red de prostitución. Han tenido que pasar diez años para que las víctimas, menores de edad en esa época -tenían entonces entre 15 y 17 años-, hayan podido ser escuchadas por el tribunal que lleva el caso. Pero lo ha hecho cuando ya la sentencia era firme y ni siquiera se les informó previamente del arbitrario acuerdo entre los acusados y la Fiscalía que permite a los delincuentes no entrar en prisión, a pesar de la gravedad de los delitos y de la situación vulnerable de las jóvenes.
Una manifestante levanta una pancarta con un mensaje que pone "Se acabó". © SOPA Images/SIPA / GTRES
Cada 25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia de Género, las mujeres de todo el mundo se manifiestan y revalidan el compromiso común para ganar sociedades libres de violencia machista sistémica. Reconocemos los logros, defendemos, para no perderlos, los muchos derechos ya ganados y utilizamos -aunque todavía no lo suficiente- los instrumentos y recursos conseguidos. Nos empuja el valor de las mujeres que todavía se exponen al estigma social y abren camino. Queremos seguir produciendo conocimiento colectivo y seguir aprendiendo. Y exigimos que las instituciones respondan a las necesidades y a la confianza de las víctimas del delito. Para que la vergüenza cambie de bando, para que el miedo a denunciar sea cosa del pasado, para que extender los derechos humanos reconociendo la igualdad, libertad y dignidad de las mujeres, contribuya al progreso moral de la sociedad.
“Para que la vergüenza cambie de bando, para que el miedo a denunciar sea cosa del pasado, para que extender los derechos humanos reconociendo la igualdad, libertad y dignidad de las mujeres, contribuya al progreso moral de la sociedad.”
Y no olvidamos, no podemos hacerlo, a las mujeres y niñas de Afganistán a las que la violencia talibán, por ser mujeres, quiere anularles su humanidad. Porque despojadas de cuerpo, de rostro, de voz pública, sin la capacidad de acción y de interrelación social, sin el espacio común compartido con los otros, no hay mundo para ellas, son mujeres sin futuro. Hay que conseguir que los gobiernos y los organismos internacionales lleven la persecución de las afganas por motivos de género ante el Tribunal Penal Internacional para que lo reconozca como crimen de lesa humanidad y sirva para acabar con la actual tolerancia internacional.