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Chema Caballero fue director de un programa pionero de rehabilitación y reintegración de niños y niñas soldados en Sierra Leona, en el centro de St. Michael en Lakka hasta el año 2002. © AI

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Chema Caballero: “Una niña soldado lleva un arma igual, infunde miedo igual, mata igual..."

Por Mireya Cidón, Amnistía Internacional España,

No se puede dudar de la destrucción interna que supone ser un niño o una niña soldado. No es posible dudar de sus miedos, de su rabia, de sus secuelas físicas y emocionales, pero ¿somos conscientes de hasta qué punto ser niño o niña les condiciona? ¿Están igual de expuestos al peligro? ¿Les afecta igual el desarraigo, la violencia, el abuso, la muerte…? ¿Viven realidades distintas o sólo las experimentan de distinto modo? ¿Las superan igual? Hemos hablado con Chema Caballero para conocer su opinión al respecto y esto es lo que nos ha contado...

La guerra es considerada un territorio masculino. ¿Lleva esto a ignorar el papel que desempeñan las niñas en la guerra? Desde mi experiencia sobre el terreno todos los menores sin excepción, independientemente del sexo, son utilizados como soldados. En el caso de las niñas, sufren el agravante, además, de ser utilizadas como esclavas sexuales, aunque recientemente también se están registrando casos de adultos que han sido violados en aldeas y de niños que han sido abusados.

¿Cómo se reclutan? Una de las prácticas más habituales, tanto en niños como en niñas, es la del secuestro –ya sea en la calle o al salir de sus casas o colegios– y otra, por ejemplo, la de obligar a las comunidades a pagar una especie de impuesto revolucionario. En este caso les obligan a entregar a X niños y niñas (normalmente un 50% de cada sexo) a cambio de no matar a determinados miembros de la comunidad o incluso a todos. También hay menores que se unen a los ejércitos de manera “voluntaria”, pero son aquellos que se ven empujados por venganza o por la falta de recursos, pobreza, desintegración familiar..., etc.

Una niña soldado lleva un arma igual, infunde miedo igual, mata igual y se expone igual, pero, además, sufren abusos, se quedan embarazadas, cogen enfermedades...

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¿Qué impacto produce en las niñas el hecho de que sean alejadas de sus familias y comunidades? ¿Es distinto al impacto que se produce en los niños?

El impacto de la separación les afecta a todos por igual, aunque puede que los niños sepan lidiar mejor con las consecuencias porque desde pequeños tienen más autonomía y pierden la sensación de apego. Las niñas, por contra, están más protegidas dentro de las casas y no tienen la misma libertad a la hora de salir y relacionarse. Es probable que esta falta de costumbre incida en el desarraigo que ellas sienten.

¿Cómo es la relación entre las niñas y los niños soldados dentro de los campamentos? Si los segmentamos por sexo, los niños crean lazos muy fuertes entre ellos que vienen a sustituir a las familias que han perdido. Estos lazos tienden a mantenerse en el tiempo, incluso después de haberse desmovilizado y reinsertado.

Las niñas también crean lazos fuertes entre ellas, pero tienen que lidiar con el agravante de ser utilizadas como esclavas sexuales. Algunas de ellas acaban siendo “esposas” de los comandantes y formando parte de su harén, lo que les permite contar con la seguridad de que ningún otro hombre las va a tocar. El resto de niñas permanecen a merced de los demás combatientes y son tratadas como meros objetos. Esto dinamita los vínculos de respeto entre ambos sexos.

El rol del soldado en los niños deja huellas profundas en ellos pero en ese papel hay una realización de la expectativa de la masculinidad. Esto no ocurre con las niñas, quienes, al adoptar un rol que no les corresponde, se enfrentan a una ruptura de la identidad de género femenina.

¿A qué discriminaciones por motivos de género se enfrentan estos niños y niñas en los campamentos? En una primera etapa todos los menores son utilizados para ir a buscar leña, buscar agua, lavar la ropa de los combatientes y hacer tareas domésticas en general. Después comienzan el entrenamiento, pero sin que haya distinciones entre ellos. Las niñas llevan armas y las usan igual que los niños. La diferencia más evidente y dolorosa es que ellas, además, son abusadas. Suelen repartirse entre los combatientes o ser incluso dadas como trofeos.

¿Intentan escaparse? No suelen hacerlo porque el castigo es tan atroz para el que huye que ni se lo plantean. No olvidemos, además, que muchos ritos de iniciación para estos menores comienzan por la obligación de matar a un miembro de su familia para impedir que regresen a sus aldeas. A otros muchos les marcan en el pecho las siglas del grupo para el que luchan, dejándoles expuestos a sufrir represalias.

Un niño soldado vigila junto a otros combatientes islamistas de Al Shabab los entrenamientos militares llevados a cabo al norte de Mogadiscio, Somalia. ©  AP Photo/ Farah Abdi Warsameh

¿Están todos, independientemente del sexo, igual de expuestos al peligro? Yo diría que sí porque todos son soldados, aunque a las niñas les añadimos el riesgo de morir a causa de las violaciones sufridas, los embarazos no deseados o las enfermedades contraídas. Una niña soldado lleva un arma igual, infunde miedo igual, mata igual y se expone igual, pero, además, sufre abusos, se queda embarazada, coge enfermedades... Ser una niña y, al mismo tiempo un soldado, es muy difícil.

¿Tienen las chicas que llevar a cabo un proceso interno de recuperación de la autoestima más fuerte que los chicos? El rol del soldado en los niños deja huellas profundas en ellos pero en ese papel hay una realización de la expectativa de la masculinidad. Digamos que el papel de soldado refuerza su papel de hombre. Esto no ocurre con las niñas quienes, al adoptar un rol que no les corresponde, se enfrentan a una ruptura de la identidad de género femenina. Se han dado casos de problemas de reinserción muy graves por el dolor de esa pérdida de la feminidad. Muchas sienten que no son las mujeres que tendrían que haber sido y no encuentran su lugar en una sociedad que, además, las estigmatiza y rechaza. Su reinserción, en caso de sobrevivir, es muy difícil y muchas acaban eligiendo la prostitución como única vía de supervivencia.

Cuando le arrancas a una persona la dignidad a base de abusos constantes, ¿cómo se la reconstruyes?

 

Pero no todas... No, otras por el contrario son capaces de empoderarse y decidir por ellas mismas el tipo de vida que quieren vivir. Estas mujeres pierden el miedo y aprenden a reafirmarse como personas. Aprenden a romper los moldes tan sexistas que se producen en una sociedad tradicional como la africana. Pero para conseguirlo tienen que recuperar la dignidad perdida. Han sido denigradas durante toda su vida y sometidas a los demás. Recuperar esa autoestima es un esfuerzo titánico.

¿Y acaso los niños no tienen que recuperar esa dignidad? Sí, pero no de la misma manera. No es que se enorgullezcan de haber sido soldados, pero no se avergüenzan tanto como ellas ni tienen que superar el haber sido esclavos sexuales. Es como si ellos tuvieran algo parecido a un “reconocimiento social”, mientras que ellas no son vistas como guerreras a las que haya que admirar, sino como niñas y mujeres abusadas, muchas de ellas con hijos y enfermedades venéreas muy graves.

Una vez desmovilizados, ¿se reinsertan igual? Todos estos menores han sido objeto de una violencia inimaginable y se han visto privados de su infancia. Desde mi experiencia, son muchos los niños que logran reinsertarse tras la desmovilización, pero no puedo decir lo mismo de las niñas.

¿En qué se basa? Cuando he trabajado con niños he roto muchas barreras. He logrado que se abrieran, que rompieran con el miedo y la vergüenza. Con las chicas, sin embargo, no siempre he sido capaz. Fundamentalmente por cuestiones culturales. Soy un hombre, y a los hombres los ven con recelo, pero también porque es un esfuerzo sobrehumano conseguir que se abran y nos muestren su lado más destruido. Cuando le arrancas a una persona la dignidad a base de abusos constantes, ¿cómo se la reconstruyes?

Las secuelas físicas que padecen las niñas son fístulas, enfermedades venéreas, sida, embarazos no deseados, incontinencia urinaria, infertilidad...

 

Recuerda algún caso que le haya dejado huella... Recuerdo muchos casos, algunos bonitos –de superación– otros tristes, pero creo que el de Hawa ejemplifica lo que antes comentaba.

Hawa llegó embarazada al centro con 16 o 17 años. Había sido secuestrada muy joven, abusada. Había sido esposa de alguien con cierto rango dentro del campamento, pero había sido expulsada y repudiada a causa de su embarazo. Además de ejercer como esclava sexual había sido una niña soldado y había combatido en primera línea junto al resto de menores.

Nos costó mucho que se calmase y que nos contase su historia para sacar fuera todo lo vivido, pero lo conseguimos a base de tiempo, esfuerzo, paciencia y mucho apoyo. Logramos ayudarla en su rehabilitación y reinserción y también le buscamos un piso tutelado en Freetown, tras finalizar su proceso de desmovilización con nosotros.

Se puso a estudiar peluquería y, estando allí, conoció a un joven del que se enamoró. Se casaron, pero la relación fue un infierno para él. Ella sólo era capaz de concebir el amor a través de la violencia y le agredía constantemente. No sabía manifestar sentimientos y no pudo o no supo construir una relación basada en el respeto mutuo. Su marido la abandonó.

Nosotros la seguimos ayudando. Le dimos un microcrédito para que montase su propia peluquería, pero, al poco tiempo, huyó. Acabamos averiguando que se estaba dedicando a la prostitución en la playa –recordemos que en esa época había unos 7,500 cascos azules y cientos de trabajadores de ONG internacionales–.

Hablamos con Hawa, la volvimos a convencer de que ése no era su sitio y que tenía que rehacer su vida. La ayudamos de nuevo con la peluquería. Logramos que volviera, pero no duró mucho. Hasta que un día me dijo: “Chema: yo con un blanco una noche gano 100 dólares. Para ganar 100 dólares en la peluquería tengo que trabajar un año entero...”.

Hawa murió de sida.

Su pérdida nos dolió a todos y lo duro es saber que el caso de Hawa no es ni siquiera un caso aislado. Muchas niñas y mujeres han terminado como ella, algunas en lugares mucho más inseguros y peligrosos que la playa. La falta de autoestima, la destrucción interna las lleva a huir y a sentirse marcadas para toda la vida. No saben dejar atrás la rabia. Llegan a percibir la violencia como una reacción o una conducta habitual. Sus referentes sociales son los militares y han participado en demasiadas acciones crueles. Son personas que sólo han recibido órdenes, que han sido denigradas y sometidas a los demás. Se sienten rechazadas vayan donde vayan, marcadas, estigmatizadas por los abusos y arrastrando secuelas físicas y emocionales muy difíciles de superar. Son niñas, adolescentes, mujeres... a las que nunca nadie les ha brindado un gesto de cariño, un reconocimiento social. Les han violado todos sus derechos y nadie se los restituye.

Una ex niña soldado descansa en un campo de refugiados en Gulu, Uganda. © Frank May/picture-alliance/dpa/AP Images

¿Y no pueden regresar con sus familias? Algunas niñas no tienen familia, otras, sí, pero son rechazadas. También las hay que son admitidas, pero viven bajo el estigma de haber sido niñas soldados. Nunca son realmente aceptadas y sienten que no encajan. Muchas acaban huyendo también de sus familias.

¿Cuáles son las secuelas físicas? Las secuelas físicas son las que cualquiera de nosotros podríamos imaginar: fístulas, enfermedades venéreas, sida, embarazos no deseados, incontinencia urinaria, daños sexuales y reproductivos irreparables... Son muchas las mujeres que acaban siendo estériles por culpa de los abusos y, eso en una sociedad como la africana, tiene unas consecuencias sociales muy negativas. Son rechazadas y marginadas, muchas vistas como brujas o seres malditos.

Un hombre puede llegar a casarse con una mujer estéril, pero su infertilidad la hará estar un escalón por debajo del resto de las mujeres que tenga. Esta secuela la hará perder derechos y protagonismo y sus otras mujeres e hijos primarán por encima de ella.

Las niñas llegan a percibir la violencia como una reacción o conducta habitual. Sus referentes sociales son los militares, de quienes sólo han recibido órdenes.

 

¿Cree que en los programas de desmovilización actuales sigue habiendo una falta de perspectiva de género? En mi época, intentamos incorporar actividades como el teatro en los programas de desmovilización. Pero en Sierra Leona el teatro es cosa de hombres y no funcionó con las mujeres.

Con los chicos también hicimos concursos de rap y hip-hop porque, a través de la música, lográbamos que sacaran a flote su historia, su rabia, sus sueños... Pero no enganchamos a las chicas porque culturalmente las mujeres sólo pueden cantar canciones folclóricas y practicar danza tradicional. Las herramientas que utilizamos no tenían perspectiva de género y fracasamos en cierta medida.

Ahora se trabaja más en el desarrollo de programas específicos porque hemos aprendido que sólo funcionan cuando se asumen las diferencias entre niños y niñas. Hemos comprendido que no sufren de la misma manera ni se tienen que enfrentar a los mismos estereotipos. No están estigmatizados de la misma forma ni padecen las mismas secuelas.

Pero llegados a este punto el problema es otro: la falta de dinero. No se está invirtiendo en este tipo de programas y eso hace que tengan una duración que oscila entre las tres y las seis semanas. ¿Alguien cree que un programa de ayuda tan corto es efectivo? Seamos francos, es imposible.

Son niñas, adolescentes, mujeres... a las que nunca nadie les ha brindado un gesto de cariño, un reconocimiento social. Les han violado todos sus derechos y nadie se los restituye.

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Y en el Día Internacional contra el Uso de Niñas y Niños Soldados, ¿qué llamamiento haría? Pediría que se pusieran en práctica todas las leyes que existen para acabar con el uso de los niños y niñas soldados. Los instrumentos están ahí pero no se utilizan. Con respecto a las niñas pediría que se hicieran más programas con perspectiva de género en los que se tuviera en cuenta sus particularidades. Pero sin olvidarse de los niños, puesto que a ellos les obligan a un tipo de masculinidad que les destruye la identidad. Forzar a un niño a violar es una barbaridad. Les rompen su marco ético y cuesta mucho reconstruirlo. Pediría que se condenara a los culpables, que se acabara con la impunidad, que se regulara el tráfico de armas ligeras, que se pusiera fin a los contextos geopolíticos y económicos que permiten la existencia de menores soldados. Pediría que a estos niños y niñas no les arrebaten su infancia, sus derechos, su dignidad y, sobre todo, que sus historias no caigan en el olvido.

Amnistía Internacional respeta los puntos de vista de las personas entrevistadas, pero no comparte necesariamente las opiniones expresadas.

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