El dolor es muchísimo, pero cuando me despierto, ya todo pasó. El médico me da un beso y me dice que me quede tranquila, que todo va a estar bien.
Era la segunda vez que quedaba embarazada. Tenía ya un hijo de dos años y estaba muy ilusionada con este segundo embarazo. Como hacemos muchas mujeres, no cuento que estoy embarazada hasta que pasen los primeros tres meses. La ecografía de la semana 12 preocupa al obstetra y me manda a hacer un estudio más completo, que incluye una punción. El resultado tarda una semana. Recibo un llamado mientras camino por Paraguay y Alem. Es el director del centro médico en el que me había hecho los estudios. Me pide que me siente y que vaya a su consultorio a la brevedad, mejor si lo hago acompañada. La peor pesadilla se hace realidad. El estudio revela una alteración genética: trisomía 18, síndrome de Edwards se llama. Significa que el feto como bebé es inviable. En caso poco probable de que el embarazo llegue a término, el bebé no podría sobrevivir más de unas horas fuera de la panza. No me quiebro en un primer momento. No puedo. No me salen las lágrimas. El médico me dice que me va a hacer bien llorar, que me quede tranquila que en un caso así seguro que encuentro quién me ayude. Me desespero pero me muestro serena. Sabía que no iba a poder soportar esperar a que mi embarazo avance y tener un bebé sólo para verlo morir. Decido abortar antes de que el feto se siga desarrollando. Para qué prolongar un desenlace trágico. Pero el aborto no es legal en la Argentina. Mi obstetra justo está de vacaciones. Llamo entonces al médico que quedó de reemplazo, el Dr. B. y lo voy a ver a su consultorio de avenida santa Fe y Callao. En el consultorio todos parecen felices. Salvo yo. El Dr. B. mira los estudios, me escucha y me sonríe. No sé por qué sonríe. Me pregunta si sé que además estoy cursando un embarazo de alto riesgo para mi salud. Tengo un fibroma de más de 10 cm. Cuando el embarazo avance mi salud se va a complicar. Sonríe. Enseguida agrega que ha atendido otros casos con síndrome de Edwards. Que en todas esas oportunidades les dijo a sus pacientes que mejor siguieran adelante con el embarazo, para poder dar a luz y abrazar a su bebé muerto. Que si Dios quiso que fueran así las cosas había que aceptarlo y que me quedara tranquila porque en ese momento Dios me iba a acompañar, en el momento de dar a luz un bebé sin vida y también si tenía complicaciones. Dios, no un médico ni el sistema de salud. Eso me dijo B., el médico que, mucho tiempo después, reconozco en los medios y en el Congreso, hablando en contra de la legalización del aborto. El que en ese momento me propuso llevar adelante nueve meses de embarazo sólo para ver morir a un bebé. Me voy del consultorio abrumada. Cada minuto que pasa crece mi desesperación, pero no, no puedo llorar.
Necesito conseguir urgente un lugar donde practicarme un aborto. Justo se viene el feriado de carnaval. Igual, como siempre, se arma una cadena entre amigos que quieren ayudar. Mi familia hace lo que puede. Les digo que el primer médico que me atendió tiene razón, que no puede ser tan complicado acceder a un aborto si no hay forma de que si el embarazo avanza el bebé pueda sobrevivir, y si yo estoy en riesgo. Pero no es fácil. Me traen recomendaciones y direcciones. Vienen con nombres de médicos en papelitos. Alguien me dice que evalúe viajar a Estados Unidos o Uruguay, dónde el aborto es legal, porque la clandestinidad en un embarazo de riesgo no es lo ideal. Pero ¿de qué me hablan? Quiero terminar con todo esto y volver a mi vida normal, ocuparme de mi hijo, trabajar, llorar, vivir.
Me hablan de un médico que es una eminencia: el Dr. N. Lo llamo y de repente me lleno de esperanzas. Parece conmoverse. Nos va a recibir a pesar del feriado en su consultorio de Av. Pueyrredón. Me ilusiono, alguien se conmovió y todo esto se va a terminar pronto. Llegamos a su consultorio. Lo veo y ya no me cae tan bien. Algo no me cierra. Me siento engañada. Lo primero que hace el Dr. N es jactarse de tener muy buenos aparatos de diagnóstico por imágenes. También de tener un método único para eliminar embriones. Su ecógrafo encuentra al fibroma que le da el carácter de riesgoso al embarazo y me lo comenta. Yo miro para otro lado, no quiero ver nada. Pero él me dice “¿sabés que estás esperando una nena? Tiene hidrocefalia y problemas cardíacos. Está sufriendo mucho”. Lo único que siento es que me quiero morir. Me dice que la única salvación que tengo es abortar con él, con su método que consiste en inyectar en el útero una sustancia que termina con la vida del feto. Pincharme y a través mío llegar al feto. Me dice que es la única opción, que si aborto en otro lugar podría perder la vida y dejar a mi hijo de dos años huérfano. Así no más. Para evitar otra tragedia sólo tendría que pagarle dólares, muchos. No recuerdo cuántos eran. No los tengo. No los tenemos. No puedo pensar.
Llamo a otro de los reemplazos de mi obstetra y le cuento. Me dice que si accedo a lo que me propone el Dr. N. y tengo una complicación él va a dar la orden de que no me atiendan. Que puedo tener una infección, que nunca escuchó algo así. Está indignado. Le digo que se quede tranquilo, que tampoco tengo el dinero. Que yo también estoy indignada.
Empiezo a desesperarme. Odio al Dr. N pero no soporto pasar un día más así. Justo se viene mi cumpleaños. Decido irme a unas cabañas perdidas en Capilla del Señor, a pasar el fin de semana y no ver a nadie. También tengo la excusa para no atender el teléfono. Paso el día de mi cumpleaños con las lágrimas que se me escapan. No quiero que mi hijo se dé cuenta. Quiero jugar con él y no pierdo las esperanzas de estar sumida en una pesadilla. Es una locura intentar conseguir ese dinero. Al día siguiente de mi cumpleaños sigo buscando lugares donde abortar. Voy a una casa en Vicente López a la que hay que entrar por un garaje. Ya estoy dispuesta a cualquier cosa. La mujer que me atiende me dice lo que tengo que decir en caso de que entre la policía o una inspección. Una mentira, no me acuerdo cuál. Me siento como en las películas, huyendo de la policía. Pido ir al baño para no escuchar a la mujer. Está sucio. Hay sangre en el inodoro. No cuidan nada, pensé. Quiero huir. Huyo. No doy más, la verdad. Todavía tengo un par de direcciones. Me ilusiono con la llamada de una amiga que me dice que en un hospital del Gran Buenos Aires hay un grupo de médicos que acceden a hacer abortos en caso de inviabilidad del feto. Hablo con una médica de ahí, pero ella me dice que tengo que ir con una presentación judicial, que los médicos tienen miedo porque cada tanto les hacen denuncias. Sé que eso demoraría mucho más tiempo. Y no soporto más.“Su ecógrafo encuentra al fibroma que le da el carácter de riesgoso al embarazo y me lo comenta. Yo miro para otro lado, no quiero ver nada. Pero él me dice: '¿sabés que estás esperando una nena? Tiene hidrocefalia y problemas cardíacos. Está sufriendo mucho'. Lo único que siento es que me quiero morir.”
Ana Correa
Manifestación por un aborto legal y seguro en Argentina. © Amnistía Internacional Argentina/Demian Marchi
