En la foto de cabecera de este post, vemos a tres generaciones de mujeres afganas sentadas en el asiento trasero de un coche. Su imagen refleja la historia de un país donde los derechos de las mujeres han oscilado entre el progreso y la opresión.
La abuela recuerda los años 60, cuando Kabul era un símbolo de modernidad y las universidades estaban llenas de mujeres. Su hija creció bajo el régimen talibán de los años 90, pero pudo estudiar y trabajar tras la caída del régimen en 2001. Ahora, con el regreso de los talibanes en 2021, las niñas de la familia han visto cómo su futuro se cierra de golpe.
Para el hombre que las acompaña en el coche, la vida también ha cambiado mucho con el regreso de los talibanes, pero no de una manera tan dramática. Con alguna limitación en cuanto a su apariencia (ropa y barba), pueden seguir moviéndose con relativa libertad, acceder al trabajo, la educación y a los espacios públicos como parques, calles o autobuses sin las prohibiciones que afectan a las mujeres. Pero la realidad también lo ha atrapado: en un país donde las mujeres no pueden salir solas, muchos hombres han pasado a ser, lo quieran o no, sus vigilantes. Son los que deben acompañarlas a la calle, pedir permisos por ellas y asumir el rol impuesto de guardianes de su encierro. En Afganistán, el cambio de régimen ha significado para hombres un retroceso en sus derechos a la libertad de expresión, reunión, asociación muy significativamente, pero para las mujeres, la desaparición de sus derechos y de su vida pública.
A continuación recorremos algunos de los aspectos clave que han definido la realidad de las mujeres afganas en las últimas décadas, explorando tanto los avances logrados como las barreras que aún persisten.
1.- De la participación activa al confinamiento: la transformación del rol laboral de las mujeres en Afganistán
Durante las décadas de 1960 y 1970, las mujeres afganas desempeñaron roles significativos en la sociedad, destacándose en áreas como la educación, la medicina y la administración pública. Este periodo de modernización permitió que las mujeres accedieran a mayores oportunidades académicas y profesionales. En 1964, la Constitución de Afganistán otorgó a las mujeres los mismos derechos que a los hombres, incluyendo el sufragio universal y la posibilidad de postularse para un cargo público. Sin embargo, a pesar de estos avances legales, muchas fueron excluidas porque se aplicaron principalmente en las ciudades. En las zonas rurales, la sociedad siguió siendo profundamente patriarcal y tribal.

Habiba Sarabi, exministra afgana de Asuntos de la Mujer en su despacho de Kabul en 2004. © ALFRED/SIPA
Los conflictos políticos y los cambios de régimen en las décadas siguientes supusieron un retroceso en sus derechos y libertades. A pesar de estos desafíos, mujeres como Habiba Sarabi lograron abrirse camino. Entre 2002 y 2004 fue ministra de Asuntos de la Mujer en Afganistán y en 2005 se convirtió en la primera mujer en ser nombrada gobernadora de una provincia afgana, liderando Bamiyán y promoviendo activamente los derechos de las mujeres y la educación.
En 2001, solo el 14,99% formaba parte del mercado laboral, pero para 2019 la cifra había aumentado al 21,76%, según el Banco Mundial. Si bien seguía por debajo del promedio global del 47%, el porcentaje las llegó a situar en niveles comparables a países como Pakistán, Marruecos y Arabia Saudí. En el ámbito empresarial, el número de negocios liderados por mujeres también creció, aunque siguieron siendo una minoría: solo el 5% de las empresas eran propiedad de mujeres.

Ziba, una exrefugiada de 20 años que regresó de Pakistán, es una empresaria que estableció un pequeño salón de belleza llamado Golh Bahar, septiembre de 2004. © Alfred/SIPA
Desde la toma de poder por parte de los talibanes en agosto de 2021, el panorama ha cambiado drásticamente. Las restricciones impuestas han forzado a muchas mujeres a abandonar sus empleos, en casi todos los sectores excepto sanidad y educación. En 2022, Afganistán perdió el 25 % del empleo femenino en comparación con los niveles previos a la llegada de los talibanes, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Incluso negocios tradicionalmente femeninos, como los salones de belleza, han sido cerrados, eliminando una fuente crucial de ingresos para muchas familias. La prohibición de que las mujeres trabajen en organizaciones no gubernamentales ha sido otro golpe importante, reduciendo aún más su acceso a oportunidades económicas y restringiendo su papel en la sociedad.

Un grupo de mujeres estudiantes caminan tranquilamente por Kabul en julio de 2003. © Sharok Hatami/Shutterstock
2.- Educación: del auge universitario a la prohibición total
Antes del regreso de los talibanes en 2021, Afganistán experimentó avances importantes en la educación de las mujeres. En ese entonces, cerca de 3,5 millones de niñas asistían a la escuela, y un tercio del alumnado universitario era femenino. Sin embargo, desde que los talibanes retomaron el poder, la situación ha empeorado drásticamente.

Un grupo de niños y niñas caminan juntos a la salida del colegio, Kabul, 18 de agosto de 2011. © Nicolas Jose/SIPA
Hoy en día, Afganistán es el único país del mundo que prohíbe completamente la educación secundaria y superior para las mujeres.Según la UNESCO, al menos 1,4 millones de niñas han sido excluidas de la educación secundaria desde 2021. Si se suman las que ya estaban fuera del sistema educativo antes de las restricciones, el total asciende a 2,5 millones de niñas, lo que representa alrededor del 80% de las afganas en edad escolar.
La caída en la educación también afecta a las niñas más pequeñas. Aunque, teóricamente, las menores de 12 años aún pueden asistir a la escuela, el número ha disminuido considerablemente. En 2022, solo 5,7 millones de niños y niñas estaban inscritos en la educación primaria, lo que representa un millón menos que en 2019. En cuanto a la educación universitaria, la matrícula femenina ha caído un 53% desde la toma del poder por parte de los talibanes.
La UNESCO advierte que, sin acceso a la educación, Afganistán se enfrenta a la pérdida de talento y a una crisis de desarrollo grave debido a la escasez de gente profesional cualificada en múltiples sectores.
3.- Espacios culturales y ocio: el retroceso de la libertad femenina

Un grupo de mujeres conversa en un parque de Kabul. Es 1988. © Jenny Matthews/Shutterstock
Antes de la llegada de los talibanes en 1996, las mujeres afganas gozaban de una cierta libertad para participar en actividades culturales y de ocio. En ciudades como Kabul, las mujeres acudían a parques, museos y actividades recreativas, con un espacio social que les permitía interactuar, relajarse y disfrutar de su tiempo libre. En imágenes de 1988, se puede ver a mujeres disfrutando de un día en el parque y compartiendo momentos con otras personas, lo que reflejaba una sociedad más abierta y con mayores libertades.
Tras 1996, todo esto cambió. Los espacios de ocio se restringieron enormemente y las mujeres fueron excluidas de la vida pública. El acceso a parques y lugares de encuentro fue severamente limitado o incluso prohibido. Las mujeres que osaban salir de sus casas debían ir acompañadas de un hombre y con el rostro cubierto. Las políticas de los talibanes impusieron una opresión brutal sobre las mujeres, que afectó directamente sus derechos a disfrutar de la cultura y el ocio.
Tras la caída del régimen talibán en 2001, las mujeres comenzaron a recuperar poco a poco sus derechos. En 2011, las imágenes de mujeres en los parques ya reflejaban un cambio significativo, con muchas de ellas participando activamente en actividades culturales al aire libre, disfrutando de los espacios públicos con una mayor libertad y visibilidad. Fue un periodo de recuperación de la vida social para las mujeres, aunque aún existían restricciones y desafíos.

La vida en Afganistán bajo el régimen talibán. La pobreza que ha aumentado en los últimos tres años es patente. Muchos niños y mujeres mendigan por las calles, incapaces de trabajar, septiembre de 2024. © Semenova Maria/SIPA/2410080932
Desde 2021, las mujeres afganas han vuelto a ver cómo se reducía su espacio en la sociedad de una manera drástica y dolorosa. Los parques, una vez lugares de encuentro y libertad, se les han cerrado, y muchos espacios públicos han quedado vedados para ellas. El acceso al ocio y a la cultura ha sido severamente restringido. Las mujeres ya no pueden disfrutar de una simple caminata o una sesión en el gimnasio sin la constante vigilancia de un hombre o, en algunos casos, sin su permiso. Las jóvenes ya no pueden asistir a conciertos, obras de teatro o cualquier evento cultural que anteriormente les brindaba un respiro. Atrapadas en la rigidez de un sistema opresivo, se han visto obligadas a recluirse en sus hogares, aisladas, silenciadas y sin apenas contacto con el mundo.
4.- El golpe al deporte femenino
Durante las décadas de 1960 y 1970, Afganistán experimentó una relativa apertura en la participación de las mujeres en el deporte. Aunque la sociedad afgana seguía siendo profundamente conservadora en muchos aspectos, algunas mujeres lograron competir a nivel internacional. En las principales ciudades, como Kabul, comenzaron a surgir equipos femeninos que contaban con cierto apoyo gubernamental y acceso a infraestructuras deportivas.
En la década de 1980, bajo el régimen comunista respaldado por la Unión Soviética, se promovió una mayor inclusión de las mujeres en el deporte. Pero el avance logrado se vio abruptamente frenado en 1996. Bajo el régimen talibán, las mujeres fueron completamente excluidas del deporte; se les prohibió participar en competiciones y los equipos femeninos existentes fueron desmantelados. Los estadios, que antes acogían actividades deportivas, se convirtieron en escenarios de castigos públicos y ejecuciones. El Estadio Nacional de Afganistán, o Estadio Ghazi, sufrió una macabra reconversión, pasando de ser un espacio dedicado al deporte a convertirse en un campo de ejecuciones públicas.

Varias mujeres afganas compitieron por primera vez en unos Juegos Olímpicos (Atenas 2004). En la imagen vemos a Fariba Rezayee (izq.), judo, y Robina Muqim Yaar (dcha.), atletismo. © Alfred/SIPA
No fue hasta la caída del régimen talibán en 2001, cuando las mujeres afganas empezaron a recuperar su derecho a hacer deporte. Uno de los hitos más importantes fue la participación de dos mujeres afganas en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004; la primera vez que Afganistán tenía representación femenina. Robina Muqimyar competió en atletismo, específicamente en los 100 metros. Junto a ella, Fariba Rezayee, hizo lo propio en judo.
En 2021, el régimen talibán, con su interpretación restrictiva de la ley islámica confiscó las libertades de las mujeres y las despojó de una de las áreas en las que habían comenzado a brillar. De un día para otro, las mujeres fueron arrancadas de sus entrenamientos y sueños de competir. Los equipos deportivos femeninos, símbolos de valentía y perseverancia, fueron disueltos. Deportistas como Manizha Talash y Dorsa Yavarivafa, que habían llevado con orgullo el nombre de Afganistán en el mundo, se vieron forzadas a abandonar el país, huyendo de un régimen que les arrebataba su pasión y su derecho a vivir en libertad.
5.- La lucha por los derechos de las mujeres afganas

Un grupo de mujeres protestan contra la decisión de los talibanes de prohibir a las niñas asistir a la escuela secundaria, Kabul, Afganistán, 21 de septiembre de 2021. © Zerah Oriane/ABACA/Shutterstock
En la lucha por los derechos de las mujeres afganas han destacado figuras como Malalai Joya, destacada activista, escritora y exparlamentaria afgana, reconocida internacionalmente por su valiente defensa de los derechos humanos y, en particular, de los derechos de las mujeres en Afganistán. Fue miembro del parlamento afgano y una de las voces más críticas contra los talibanes y la corrupción en el gobierno afgano. Después de la retirada abrupta de las tropas estadounidenses en 2021 y debido a las amenazas y el temor de que pudieran acabar con su vida, Malalai huyó de Afganistán. En noviembre de 2021, logró llegar a España a bordo de uno de los aviones enviados por el gobierno. "Dejar Afganistán fue una experiencia muy dolorosa. Aunque ahora me encuentro en España físicamente, mi mente y mi corazón siguen con mi pueblo y mi país".

Fowzia Koofi, paliamentaria, durante una reunión de líderes de la sociedad civil afgana en la Embajada de Estados Unidos en Kabul (Afganistán). © S.K. Vemmer (U.S. Department of State)
Otra figura conocida que ha tenido que abandonar Afganistán es Fawzia Koofi, defensora de los derechos de las mujeres y una de las primeras mujeres en ocupar un puesto en el Parlamento afgano. Tras el regreso de los talibanes, Koofi, que ya había sido atacada en 2020 por militantes talibanes, se vio obligada a huir del país junto con su familia debido a la intensificación de las amenazas.
Shaharzad Akbar, otra destacada defensora de los derechos humanos y exjefa de la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán (AIHRC), también huyó del país debido a las amenazas. Akbar jugó un papel crucial en la promoción de la justicia y los derechos humanos en Afganistán, pero con el regreso de los talibanes, su activismo se convirtió en un blanco constante
El panorama actual muestra que, a pesar de las múltiples conquistas previas, las mujeres en Afganistán se encuentran en una situación desesperada. Las protestas siguen siendo una vía de lucha, pero las consecuencias de desafiar al régimen talibán son graves. A medida que muchas mujeres afganas se ven obligadas a huir, la comunidad internacional continúa siendo un refugio para aquellas que han luchado incansablemente por la libertad y la igualdad.
En este contexto, organizaciones como Amnistía Internacional desempeñan un rol fundamental en visibilizar y defender los derechos de las mujeres, documentando abusos, ejerciendo presión a nivel internacional y ofreciendo apoyo a las víctimas. La lucha por la libertad y la igualdad sigue viva, por lo que es el momento de que el mundo se una y amplifique sus voces. Tu apoyo puede marcar el cambio que tanto necesitan.
