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El padre Solalinde fue arrestado por la policía municipal en el pueblo de Ciudad Ixtepec, estado de Oaxaca, México, el 10 de enero de 2007. © Martha Izquierdo

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Alejandro Solalinde: “Son muchos los que me quieren muerto”

Por Mireya Cidón (@mnodic), Amnistía Internacional,

Alejandro Solalinde es un sacerdote mexicano que ayuda a las personas migrantes de América Central y América del Sur en su paso hacia los Estados Unidos. En el camino les ofrece alimento y posada, así como asistencia médica y psicológica, y orientación jurídica. Por su labor humanitaria ha sido amenazado en varias ocasiones por grupos criminales que se lucran con negocios clandestinos como el tráfico de personas, armas y órganos.

El padre Solalinde forma parte desde 2017 de la campaña #VALIENTE lanzada por Amnistía Internacional para detener los ataques contra quienes defienden los derechos humanos.

Alejandro… ¿cuántas veces le han amenazado de muerte?

El padre Alejandro Solalinde ayuda a las personas migrantes de América Central y América del Sur en su paso hacia los Estados Unidos. © AI

(Comienza su respuesta sonriendo) ¡Muchas! Perdí la cuenta… La primera vez que me amenazaron estaba haciendo unas fotografías cuando un Zeta se me acercó y me dijo: “vuelve a tomar una sola fotografía más y te pego un tiro aquí”, señalando mi frente.

Con el tiempo comenzaron a decirme que me iban a detener, pero yo les contestaba que no tenía miedo porque había sido capellán en las cárceles de la zona y las conocía muy bien. Después pasaron a los hechos y cumplieron su amenaza. Me metieron en prisión. Dos veces. Y quemaron mi albergue… Y me volvieron a amenazar y a “matar”. Me han “matado” tantas veces...

¿La gente VALIENTE no tiene miedo?

Y si lo tiene, lo supera. Hay sentimientos más fuertes que el miedo, como por ejemplo, el amor. Cuando uno ama, no mide el peligro. Eso lo he aprendido de las madres que son capaces de defender a sus hijos con un valor y un coraje sobrecogedores. En mi caso, yo echo mano de mi fe, que me anestesia frente al miedo. Cuando lucho por los demás, cuando defiendo sus derechos, cuando no me callo ante las injusticias... encuentro un valor que no encuentro en otros aspectos de la vida.

¿A qué tiene miedo, entonces?

Me da miedo la inconsciencia de la gente porque una persona inconsciente o fanática puede hacer más daño que una persona mala.

Hábleme de las personas migrantes que usted acompaña y protege. Aquellas por las cuales usted pasa miedo, por las que usted es VALIENTE...


Alejandro Solalinde con migrantes a los que ayuda y atiende. © Martha Izquierdo

Son hombres y mujeres jóvenes. A veces solo niños y niñas. Suelen huir de la violencia en sus países de origen o de la pobreza. Son personas con sueños, con aspiraciones. Suelen emprender el viaje solos –o quizá lo empiezan con alguien–, pero acaban separándose por el camino. Lo habitual es que los secuestren, los comercialicen o los desaparezcan...

¿Cómo se enfrentan a un viaje tan peligroso?

Son jóvenes pobres que proceden de una sociedad muy lastimada. Muchos no han tenido siquiera la oportunidad de ir al colegio y apenas tienen la primaria terminada. Vienen de cepas violentadas y han normalizado en sus vidas la violencia. En el plano positivo, tienen mucho espíritu crítico. Son personas muy trabajadoras, muy creativas, alegres, solidarias y con un gran sentido comunitario. Su meta es la construcción de un mundo más incluyente y menos violento.

¿Y cuál es su futuro?

¿El inmediato?... la explotación, la desaparición, el secuestro… Estas personas están sometidas a tantas formas de violencia... Afortunadamente las que sobreviven van construyendo y dando vida a generaciones más sanas, menos violentadas, más preparadas, estimuladas y más ilustradas.


Una mujer con su hijo en el albergue del padre Solalinde "Hermanos en el Camino". © AI/Ricardo Ramírez Arriola

¿Y las mujeres?

Las mujeres se llevan la peor parte: 6 de cada 10 sufren violencia sexual.

¿A qué se enfrentan cuando emprenden este viaje?

A todo. Pero aún así deciden salir. Yo he escuchado a muchas mujeres decir que prefieren morir en el camino. Me dicen: ‘Padre, de todos modos, nos vamos a morir’. Y no porque sea ley de vida sino porque en sus lugares de origen también las matan. Durante el camino, las golpean, las violan, les quitan a sus niños… Me duele mucho una mujer y más aún cuando viene acompañada de menores. ¿Cuántas veces en los secuestros separan a las mamás de sus hijos? A los niños se los llevan para regalarlos, para pedir un rescate o para traficar con sus órganos… y las mamás no los vuelven a ver. En el albergue conocí a una joven hondureña. A esta mujer le mataron a su padre, a su madre, a sus 9 hermanos y a su bebé de 40 días. A ella la golpearon y violaron. Y lo filmaron todo. Le dejaron el celular con el vídeo para que no lo olvidara; como si alguien pudiese olvidar algo así...

¿Y las personas desaparecidas?

Nadie tiene una cifra exacta de cuántas personas desaparecidas hay. Nosotros en nuestros albergues de Hermanos en el Camino hemos contado entre 10.000 y 11.000 personas. Pero el movimiento migrante mesoamericano ha elevado la cifra a 70.000. Estas personas desaparecen en fosas comunes y clandestinas, cuevas, pozos, lagos. Se suele usar con ellas la técnica que inventó el cártel de los Zetas que consiste en matarlas, descuartizarlas y deshacerlas en ácido o diésel para que no quede ni rastro.


Madres de migrantes centroamericanos desaparecidos se manifiestan en la Ciudad de México, el 11 de diciembre de 2013. Carmen Lucía Cuarezma, de Nicaragua, busca a su hijo, Álvaro Enrique Guadamuz Cuarezma, desde 2011. Su última llamada telefónica fue realizada desde el estado de Veracruz, en el sur de México. Álvaro le dijo a su madre que había sido secuestrado en el estado de Veracruz y que había escapado de sus secuestradores. © AI/Ricardo Ramírez Arriola

¿Qué posibilidades hay de que los familiares encuentren a sus seres queridos y obtengan justicia?

Muy pocas. México es un país que está lleno de fosas, y la mayor parte de esas fosas son de migrantes. No hay manera de averiguar dónde están. Tenemos un gobierno muy corrupto. Los Zetas, además, han inventado el crimen perfecto al descuartizarlos y deshacerlos con ácido. No hay ADN. No hay nada. Muchos familiares ni siquiera piensan que les ha pasado algo malo cuando no reciben noticias. Solo creen o quieren creer que no pueden comunicarse. No piensan que han podido morir en México o en los desiertos de Arizona y Sonora.

Y cuando se para a pensar, ¿a quién recuerda?

(Sonríe y piensa…) Mucha gente. Recuerdo a muchas personas. Recuerdo a mujeres, niños, hombres, jóvenes… Recuerdo muchas caras, muchos nombres. Te voy a hablar de Mary Luz Agosto Pérez. Ella es muchacha guatemalteca muy golpeada. Huyó de su país porque era maltratada por su esposo. En su huida tuvo un accidente y perdió un pie. Cuando llegó a nuestro albergue no teníamos ni una silla de ruedas para dejarle y comenzó a moverse en una silla normal. Se quedó varios meses y la fuimos ayudando. Su marido todavía la amenazaba por teléfono y ella temblaba cada vez que lo escuchaba. Pero yo le repetía: ¡Mary Luz, aquí estás a salvo’. Con el tiempo encontró el valor para perder el miedo y un buen día contestó a su marido: ‘Ven y verás como te va a ir acá. Ya no te tengo miedo’. El fulano nunca más la volvió a llamar. Ella se puso su prótesis y aprendió panadería. Se enamoró de otra persona que también había tenido un accidente en su pie, un excelente carpintero. Se unieron, se casaron y se fueron a vivir a Monterrey. Y la última vez que los visité, ella sintió una gran satisfacción de invitarme a su casa alquilada y darme de comer. Era la anfitriona. Me gustó tanto verla bien.


Mujer migrante camina por las vías del tren en Tenosique, México. © Sergio Ortiz Borbolla

¿Por qué se ve a las personas refugiadas como una amenaza y no como una oportunidad?

Porque el ser humano es egoísta. El sistema capitalista nos ha vuelto mezquinos, animales. Se nos ha olvidado que podemos ser hermanos en el camino, que podemos compartir.

¿Se va a rendir?

¿Yo? Eso no lo haría nunca. Cuando conocí el sufrimiento de los migrantes tuve que elegir entre quedarme callado, tener miedo y huir, o enfrentarme a los peligros. Escapar me habría vuelto un victimario más y lo habría cargado en mi conciencia. Hoy sé que trabajar con las personas migrantes me ha transformado. He vencido el miedo y he aprendido a defenderme. Solo así puedo defenderlas a ellas.

¿Y las personas migrantes?

Tampoco. Ellas seguirán huyendo de sus países y seguirán llegando a los albergues. Nadie va a impedir que intenten sobrevivir. No tienen nada para el camino, ni siquiera la certeza de que vayan a estar bien en el país de destino. Sin embargo, ellos caminan, se mueven. Su meta es la construcción de un mundo menos violento, más inclusivo. Yo seguiré a su lado, como ustedes los de Amnistía, están al mío.

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