Confieso que soy de una de las últimas generaciones, que aún viviendo en una ciudad, nos hemos criado prácticamente en la calle. En una calle mucho más amable, sin tanto tráfico ni ruidos, con suelos de arena y menos asfalto, en un barrio donde los chicos y chicas de las plazuelas rivalizábamos por cuestiones territoriales, como no dejarnos pasar por accesos limítrofes que considerábamos nuestros territorios. Eso nos otorgaba el máximo poder. Abrir o cerrar paso, un juego infantil, que en más de alguna ocasión nos dejó algún descalabro.
Un migrante africano hace malabares con una pelota junto a la valla de Melilla. © AP Photo/Alvaro Barrientos