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Varias trabajadoras cosen gorros para la oración, muy demandados durante el mes del Ramadán, en una fábrica del casco antiguo de Dhaka. © REUTERS/Andrew Bira

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1 de Mayo: dignidad para el trabajo, igualdad para las trabajadoras

Por Lola Liceres, coordinadora del Equipo Derechos Humanos de las Mujeres en Amnistía Internacional España,

El 1 de mayo mujeres y hombres en todo el mundo salen a las calles por la dignidad del trabajo.

Y seguimos construyendo la historia que comenzó en abril y mayo de 1886 en Chicago con manifestaciones y huelgas reivindicando ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas de ocio. Las mujeres también estaban ahí, cuando el capitalismo fue industrial a costa del trabajo sin derechos. Ellas, las trabajadoras del textil, también en Chicago y en Nueva York, hicieron huelgas para protestar por sus penosas condiciones de trabajo y exigir la reducción de la jornada laboral, mejores salarios y el derecho al voto. En 1911 se produjo un trágico incendio en la fábrica neoyorkina Triangle Shirtwaisty murieron 123 trabajadoras al no poder salir del edificio porque trabajaban encerradas. Así que no es casualidad que el 1 de Mayo, Día Internacional de las Trabajadoras y Trabajadores, corra en paralelo al 8 de Marzo, Día Internacional de las Mujeres, en el que se rememora la terrible historia de las “camiseras” de esa fábrica americana.

“Nos rebelamos contra el trabajo precario, contra los empleos “pensados para mujeres”, contra la desigualdad salarial, y contra la causa de todas estas diferencias: 'queremos empleo, trabajo nos sobra'.”

Desde entonces muchos derechos laborales son realidad y millones de mujeres en el mundo hemos ganado parcelas inmensas de igualdad. Pero aun así, todavía hoy, nos rebelamos ante las ofertas de trabajo más precarias, contra los empleos “pensados para mujeres”, contra la desigualdad salarial, y contra la causa de todas estas diferencias, esa excluyente y pegajosa tarea de los cuidados no compartidos que sirve de excusa a las empresas para la discriminación de género –“queremos empleo, trabajo nos sobra”–.

Aunque la COVID-19 ha mostrado el valor social de los trabajos de cuidado, los que realizaron entonces y siguen haciendo mayoritariamente las mujeres, en la sanidad y en la educación, atendiendo a las personas mayores, en los supermercados y en la agricultura, permanecen las desiguales condiciones laborales.

Día Internacional de las Trabajadoras y Trabajadores en España

Porque la división sexual del trabajo existe. En España las mujeres se concentran en un número reducido de ocupaciones, son mayoría en los sectores de servicios y superan el 60% en las actividades sanitarias, servicios sociales y educación. Esta segregación ocupacional es una de las causas de la brecha salarial, es decir, que las mujeres ganen en promedio casi un 21% menos que los hombres, lo que supone una diferencia anual de 4.721 euros comparando el salario medio anual de ambos sexos, según los datos de la Encuesta de Población Activa de 2021. La buena noticia es que esta brecha se está reduciendo desde 2018, especialmente gracias a las subidas del Salario Mínimo Interprofesional, ya que son las mujeres, con sus peores salarios, las más favorecidas.

Una limpiadora tira de una aspiradora mientras camina por la calle. © REUTERS/Marcelo del Pozo

Las diferencias salariales reflejan todas las desigualdades laborales que sufren las mujeres, también las derivadas del estereotipo social. Porque a ellas se lo ponen más difícil para encontrar empleo y así, la tasa de actividad de las mujeres es del 53,7%, muy alejada todavía de la masculina (63,5%). Esta diferencia tiene que ver con la maternidad y los cuidados y, de hecho, la proporción de mujeres sin hijos que tienen empleo llega al 70%, pero baja hasta el 57% entre las que tienen tres o más hijos. Estas causas también determinan, en parte, que ellas copen mayoritariamente los empleos con jornada a tiempo parcial: son el 75% de la población asalariada con este tipo de empleo y solo el 41,5% de la población a jornada completa. Y si las mujeres asalariadas trabajaran a jornada completa con la misma intensidad que los hombres, se eliminaría el 60% de la brecha salarial. Otro elemento clave es que no se hace una valoración rigurosa de los puestos de trabajo, con independencia de si los ocupan hombres o mujeres. Las empleadas de las tiendas de la compañía textil Zara se movilizaron a finales de 2022 para reclamar la igualdad salarial con sus compañeros de almacén y logística porque su trabajo era equiparable al de éstos, eran “tareas de igual valor”. Y ganaron, y consiguieron una subida salarial del 25%.

“En España las mujeres se concentran en un número reducido de ocupaciones, son mayoría en los sectores de servicios y superan el 60% en las actividades sanitarias, servicios sociales y educación. Esta segregación ocupacional es una de las causas de la brecha salarial”

El Informe Cuidados sin Brecha del sindicato Comisiones Obreras da cuenta de éstas y otras variables que influyen en la diferencia salarial de mujeres y hombres.

Las mujeres españolas han hecho todo lo que está en su mano para romper esta larga historia de desigualdad. Apuestan por aumentar su formación –con datos de 2021 un 52,1% de las mujeres de 30 a 34 años tiene educación superior–, y tienen menos hijos de los deseados –también en 2021 el número medio de hijos por mujer es 1,19, frente a su deseo de tener una media de 2 hijos–. Pero las desigualdades se suman y el sustrato es el mismo para todas las mujeres en el mundo, aunque cambia y mucho la intensidad.

Cada año llegan a Huelva más de 10.000 mujeres marroquíes para la recogida de la fresa y el arándano a través de contratación en origen. Su posición es vulnerable, dado que el proceso de selección pone el interés en encontrar los perfiles cuya dependencia respecto de sus empleadores sea la mayor posible, mujeres entre 25 y 45 años, con hijos a su cargo, divorciadas y con rentas muy bajas. Su fragilidad hace que se incumpla la jornada laboral, que no se les paguen las horas extra, o que se les descuente del salario, siempre precario, el gasto de luz y agua de sus también precarios alojamientos. Además estas “mujeres de la fresa” están sometidas con frecuencia a violencias específicas por parte de sus empresarios y encargados, ante las que, por su débil posición, tienen muy difícil denunciar. En 2022 la justicia denegó la razón a temporeras marroquíes, y a Women’s Link que ejerció la acusación particular, cuando denunciaron a su empleador por acoso y abuso sexual.

El derecho al trabajo en el mundo

También las empleadas de hogar, muchas de ellas migrantes, ven cómo, en demasiadas ocasiones, los empleadores les niegan sus derechos laborales y les exigen favores sexuales. En España estas trabajadoras consiguieron en 2022 el derecho a cobrar prestaciones por desempleo, una reivindicación peleada durante años. Pero en otras partes del mundo, como Arabia Saudí, Bahréin o Kuwait, continúa vigente el sistema de kafala –en la práctica también rige en Qatar a pesar del lavado de cara reformista de su gobierno– y con él se somete a las trabajadoras migrantes a explotación laboral, con jornadas diarias de hasta 20 horas o el impago de los salarios, sin que puedan dejar el empleo porque los empleadores retienen su documentación y no pueden abandonar el país sin su permiso –su casa es mi cárcel dijo una de estas mujeres–. Esto sucede en esos países ricos que “compran” la voluntad de instituciones y gobiernos democráticos para celebrar eventos deportivos, desde Campeonatos de Fórmula 1, hasta el Mundial de Fútbol de 2022, y últimamente, como en Arabia Saudí, se paga a científicos españoles para avalar así a sus universidades y situarlas artificialmente entre las mejores.

Las llamas se elevan en el incendio de una fábrica llamada Hashem Foods Ltd. a las afueras de Dhaka, Bangladesh, 9 de julio de 2021. © REUTERS/Mohammad Ponir Hossain

En Bangladesh más de un siglo después del incendio en la fábrica textil neoyorkina del que hacemos memoria cada 8 de marzo se siguen produciendo siniestros laborales similares, como el ocurrido en 2021 en la fábrica Hashem Foods Factory, en el que murieron trabajadores que no pudieron escapar al incendio porque una de las salidas estaba cerrada con llave. Muchas de esas empresas sin medidas de seguridad laboral, fabrican la moda que compramos aquí a bajo precio y que desechamos por nuevos modelos realizados en las mismas terribles condiciones laborales. La policía reprime violentamente las manifestaciones del sector textil –la mayoría son mujeres– en protesta por el cierre de empresas o para reclamar subidas del salario mínimo del país. En agosto de 2022 más de 150.000 trabajadoras y trabajadores de 168 plantaciones de té se declararon en huelga indefinida para exigir la subida de su salario mínimo diario. En este caso venció la protesta y el salario subió de 120 takas a 170 takas diarias.

“Muchas de esas empresas sin medidas de seguridad laboral, fabrican la moda que compramos aquí a bajo precio y que desechamos por nuevos modelos realizados en las mismas terribles condiciones laborales. ”

Todavía hoy en muchos países quienes defienden los derechos laborales, las mujeres y hombres sindicalistas, se la juegan. En Egipto, en 2022, detuvieron a quienes organizaron y participaron en protestas pacíficas reclamando justicia ante el proyecto de ley que facilitaba los despidos improcedentes sin una justa indemnización. En esta ocasión ganó la injusticia y finalmente el Parlamento aprobó la medida. En Camboya la líder sindical Chhim Sithar ha sido detenida varias veces en 2021 y 2022, y otras sindicalistas han sido agredidas por la policía, al defender las reivindicaciones laborales del personal que trabaja en el casino Naga World. La empresa ha interpuesto una demanda penal a cuatro de ellas. En Irán las autoridades han prohibido los sindicatos independientes y cientos de trabajadoras y trabajadores, entre ellos docentes, han sido detenidos por hacer huelga y participar en las manifestaciones del 1 de Mayo de 2022.

Pero ninguna de estas historias de desigualdad y discriminación supera a la situación de las mujeres en Afganistán desde la toma del poder por los talibanes en 2021. A ellas les niegan el derecho básico a poder trabajar, tener un empleo, ejercer su profesión. Las mujeres que antes eran enseñantes, sanitarias, abogadas, policías, periodistas, deportistas, políticas, todas ellas han perdido su empleo o lo realizan sin autonomía y tuteladas por un varón, como en educación primaria o en servicios de salud. Incluso han prohibido que trabajen mujeres en las ONG que prestan ayuda humanitaria, imprescindible para la supervivencia de la población. El poder talibán ha clausurado cualquier posibilidad de futuro para las mujeres. Las escuelas están cerradas para las niñas a partir de doce años, las jóvenes no pueden ir a la universidad y recientemente han prohibido los espacios informales de educación que les facilitaban ONG. Porque los talibanes se crecen cada día ante la impotencia y el olvido del resto del mundo.

Dos enfermeras preparan comida para una mujer en una residencia para personas mayores. © REUTERS/Marcelo del Pozo

El 1 de Mayo, Día Internacional de las Trabajadoras y Trabajadores, las mujeres celebramos los logros, que son siempre fruto de la acción colectiva, y seguimos reivindicando: derechos laborales frente a las leyes del mercado, igualdad en las condiciones de trabajo, libertad ante los reductos de semiesclavitud todavía existentes, autonomía para decidir sobre los empleos y las profesiones que queremos, reconocimiento y dignidad para todos los trabajos porque el trabajo sin valor social es un disolvente de la propia sociedad. Son derechos y lazos resistentes que unen a las trabajadoras del mundo.

¡Viva el 1 de Mayo! ¡Viva la lucha de las mujeres por sus derechos!

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