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Colombia debe anteponer los derechos de las comunidades indígenas y afrodescendientes a los intereses económicos

Viviendas en Aguasal, el principal asentamiento de Alto Andágueda © Steve Cagan
El gobierno de Colombia debe anteponer el derecho de las comunidades indígenas y afrodescendientes a decidir cómo se desarrolla su tierra al deseo de las empresas de explotar esos territorios para obtener beneficios, afirma Amnistía Internacional en un nuevo informe publicado hoy. El acceso a tierras ricas en recursos y el uso de esas tierras es una de las cuestiones más cruciales en las negociaciones de paz entre el gobierno y el grupo guerrillero Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que tienen lugar actualmente en La Habana, Cuba. Muchas de las personas que se han visto obligadas a abandonar sus hogares a causa del conflicto armado buscan fórmulas para regresar a sus tierras y reclamarlas. “La propiedad y ocupación de tierras ha sido uno de los ejes fundamentales de la brutal guerra de Colombia, en cuyo contexto unos 6 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares desde 1985 a causa de la violencia. Cualquier acuerdo de paz carecerá de sentido a menos que los derechos de las comunidades indígenas y afrodescendientes a regresar a sus tierras y a decidir cómo se usan tengan prioridad sobre el deseo de las empresas de explotar esas tierras en su propio beneficio”, ha afirmado Erika Guevara-Rosas, directora del Programa Regional para América de Amnistía Internacional.Unos 6 millones de personas han sido objeto de desplazamiento forzado de sus hogares como consecuencia del conflicto armado de Colombia. Al menos 8 millones de hectáreas de tierra –aproximadamente el 14 por ciento del territorio del país– han sido abandonadas o adquiridas ilegalmente. Los afectados son en su mayoría comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas cuya existencia depende de que puedan vivir de sus tierras. Muchas de estas comunidades se han visto obligadas a abandonar sus tierras en repetidas ocasiones después de años de amenazas y homicidios de las fuerzas de seguridad, los paramilitares, que a menudo actúan en connivencia con los militares, y las fuerzas guerrilleras. En muchos casos, el desplazamiento tiene lugar en zonas con potencial para la explotación económica, incluida la minería. A lo largo de los años, las autoridades colombianas han otorgado licencias a empresas mineras y de otros sectores que pretenden explotar estas tierras y sus inmensos recursos naturales, y en el caso de los territorios de las comunidades indígenas y afrodescendientes lo han hecho a menudo sin consultar de manera adecuada a estas comunidades y sin obtener su consentimiento libre, previo e informado. En 2012, el gobierno puso en marcha un programa de restitución de tierras y reparaciones para algunas de las víctimas del conflicto armado. El proceso constituyó un importante paso adelante en los esfuerzos para abordar la cuestión de los derechos de las víctimas, pero ha avanzado con excesiva lentitud y su implementación ha sido deficiente. El número de personas que reclaman la restitución de sus tierras que han podido regresar o conseguir la propiedad legal de esas tierras ha sido relativamente escaso, y las autoridades no han garantizado un apoyo efectivo a quienes han podido regresar. Además, disposiciones legales introducidas por el gobierno podrían dificultar de hecho que quienes se vieron expulsados de sus tierras recuperen su propiedad legal y su control efectivo. Por ejemplo, la Ley 1753, aprobada por el Congreso en junio de 2015, podría facilitar las operaciones de las empresas en tierras adquiridas indebidamente o en tierras sobre las cuales se ha conseguido el control mediante abusos y violaciones de derechos humanos, incluso en territorios que son propiedad colectiva de comunidades indígenas y afrodescendientes. Desde 2008, las autoridades colombianas han registrado solicitudes de explotación minera y han concedidos títulos para tales actividades a empresas multinacionales en más del 60 por ciento del territorio de la comunidad indígena de Alto Andágueda, en el departamento noroccidental de Chocó, lo que pone en peligro la existencia misma de la comunidad. Sin embargo, en septiembre de 2014 recayó sobre Alto Andágueda la primera sentencia judicial favorable a la restitución de territorio indígena. La sentencia hizo concebir esperanzas a los miles de personas que se habían visto obligadas a huir de la violencia de las fuerzas de seguridad, los paramilitares y los grupos guerrilleros que combaten por el control de esta zona rica en recursos. Sin embargo, las autoridades no han implementado muchas de las medidas ordenadas por los jueces encargados de resolver casos de restitución para garantizar que la comunidad pueda sostenerse en su territorio. “Para las personas indígenas, afrodescendientes y campesinas, el acceso a la tierra no es un capricho, sino una parte intrínseca de su identidad y su existencia como comunidades. Al no apoyar de manera efectiva el retorno sostenible de estas comunidades, las autoridades colombianas sencillamente están condenando a miles de personas a la pobreza y a la persistencia de violaciones y abusos de derechos humanos”, ha afirmado Erika Guevara-Rosas.

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