“La pandemia es una prueba inequívoca sobre la cooperación internacional, una prueba en la que básicamente hemos fracasado”, fueron las palabras del secretario general de la ONU, António Guterres, en su discurso ante el Consejo de Seguridad de la ONU durante una reunión sobre la gobernanza global después del coronavirus.
No fue el único en lamentar este fracaso. Algunos más también intentaron recordar a las personas presentes que “estamos todos juntos en esto”, cuando la cruda realidad que se imponía era que no lo estamos.
Si hay una tendencia que pueda definir el año pasado es el fracaso de la cooperación internacional. A pesar de que una y otra vez se hicieron enérgicos llamamientos a la solidaridad y la cooperación, una y otra vez vimos en su lugar políticas nacionalistas, avariciosas e interesadas. Aunque se pidió reiteradamente a muchos dirigentes globales que demostraran liderazgo y cooperaran, lo que hicieron fue cerrar las puertas y dar la espalda no sólo al derecho internacional y los compromisos de cooperación, sino al clamor desesperado de la humanidad en favor de la colaboración.
Un hombre muestra su certificado de vacunación después de recibir una dosis de la vacuna AstraZeneca, en Managua, Nicaragua, el 20 de septiembre de 2021. © AP Photo/Miguel Andres
El antagonismo predominante en un momento en que era tan necesaria la cooperación y la “guerra de pujas buscando el empobrecimiento del vecino” cuando lo que hacía falta era solidaridad,han definido la pandemia y el espacio político global en general.
Pero en un mundo en que el liderazgo se mide por la demagogia, ¿no es la cooperación internacional una mera ilusión? En un mundo donde la avaricia y el “yo primero” caracterizan la geopolítica y la geoeconomía, ¿cómo puede haber cooperación?
Hace poco, mientras el mundo se esforzaba en buscar formas de hacer frente a la nueva variante ómicron del virus causante de la COVID-19, algunos comentaban con razón que “no haber puesto vacunas en los brazos de la población del mundo en desarrollo se ha vuelto contra nosotros”.
“Mientras el mundo se esforzaba en buscar formas de hacer frente a la nueva variante ómicron del virus causante de la COVID-19, algunos comentaban con razón que 'no haber puesto vacunas en los brazos de la población del mundo en desarrollo se ha vuelto contra nosotros'”.
En varios países del mundo, sobre todo los más afectados por la variante ómicron (según los datos actuales), y los países en desarrollo en general, la falta de cooperación se refleja tanto en el aumento de los casos como en la aparición de nuevas mutaciones. Como han señalado especialistas en salud pública, ambos resultados eran del todo predecibles. Mientras que los países de ingresos altos apremian a su ciudadanía para ponerse la dosis de recuerdo, en muchos países de ingresos bajos la población aún no ha recibido la primera dosis. Ninguno de ellos se acerca ni por asomo al objetivo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de vacunar al 40% antes del fin de 2021.
Otro ejemplo de este fracaso es la incapacidad de muchos países ricos para cooperar y aceptar la exención de los ADPIC de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que eliminaría los obstáculos que impiden actualmente aumentar la producción de unos suministros vacunales muy necesarios para los países en desarrollo. Todo ello con un bochornoso telón de fondo en el que algunos países de ingresos altos acumulan grandes cantidades de dosis vacunales (que superan con creces el tamaño de su población), parte de las cuales se echarán a perder y se tirarán a la basura, mientras se niegan a compartirlas con quienes más las necesitan.
“Algunos países de ingresos altos acumulan grandes cantidades de dosis vacunales, parte de las cuales se echarán a perder y se tirarán a la basura, mientras se niegan a compartirlas con quienes más las necesitan”
En su mismo artículo 1, la Carta de las Naciones Unidas expresa la necesidad de “realizar la cooperación internacional en la solución de problemas internacionales de carácter económico, social, cultural o humanitario, y en el desarrollo y estímulo del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión”. Entonces, ¿por qué los Estados miembros de la ONU se niegan a cooperar cuando la humanidad se enfrenta a una de sus peores crisis desde la Segunda Guerra Mundial? Por ingenua que pueda parecer la pregunta, la respuesta contiene la clave para nuestro futuro colectivo. Porque, a menos que cooperemos, no encontraremos soluciones a los problemas que afrontamos.
La renuncia a los principios éticos básicos de la solidaridad y la cooperación quedaron de manifiesto cuando los dirigentes mundiales guardaron silencio ante la caída del gobierno de Afganistán o los horrores inimaginables del conflicto en Etiopía, y también cuando los dirigentes mundiales se lavaron las manos en la conferencia sobre el cambio climático (COP26) y, en lugar de mostrar el liderazgo audaz que necesitamos para proteger a la humanidad y nuestro planeta, tomaron medidas mínimas y no trataron la crisis climática con la urgencia requerida; sin duda, como dijo Greta, respecto a asuntos clave como proporcionar fondos para cubrir los daños y pérdidas que sufría la población debido al cambio climático, todo se redujo en un mero “bla, bla, bla”.
La gente hace cola para someterse a una PCR en Wall Street, en el distrito financiero de Nueva York, el jueves 16 de diciembre de 2021. © AP Photo/Ted Shaffrey
Y al mismo tiempo que se niegan a cooperar y cumplir sus obligaciones jurídicas internacionales en materia de derechos humanos, mantienen su actitud servil con los grupos de presión empresariales. Ya fueran las farmacéuticas o los combustibles fósiles, los líderes globales prefirieron guardar silencio y dejar que la codicia empresarial se antepusiera a los derechos humanos.
Las redes sociales estallaron cuando la primera ministra de Barbados, en su discurso en la COP26, preguntó “¿cuándo liderarán los líderes?” e hizo un rotundo llamamiento a actuar ambiciosamente y a hacerlo ya mismo, antes de que fuera demasiado tarde.
Sin embargo, hay esperanza. Las lecciones de liderazgo y cooperación vinieron de personas que salieron a la calle para decir “no en nuestro nombre” y reclamar una vacunación igualitaria y justa. También vinieron de las comunidades que abrieron sus puertas y brindaron su apoyo a quienes huían de las amenazas, la persecución y la violencia. Igualmente dio lecciones de solidaridad y colaboración nuestro personal sanitario, que ha trabajado sin descanso para salvar vidas en algunos de los peores momentos de la pandemia. Si estas mismas lecciones vinieran de quienes tienen la capacidad de generar cambios, estaríamos en una posición mucho más fuerte para enfrentarnos a la COVID-19 o a cualquier otro desafío internacional que debamos encarar como comunidad global.