El desarrollo en las últimas semanas de la batalla para recuperar Mosul de manos del grupo armado autodenominado Estado Islámico ha permitido conocer espantosos detalles del brutal régimen impuesto por este grupo.
Desde las noticias del descubrimiento de una fosa común con los cadáveres de 300 expolicías hasta el uso de sustancias químicas en los ataques, los inimaginables horrores que la población civil se ha visto obligada a sufrir a manos del Estado Islámico parecen no tener fin. A esta serie de crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad hay que sumar que, a medida que el grupo pierde terreno, sus combatientes desplazan por la fuerza a la población civil y la utiliza despiadadamente como escudo humano en su intento de frenar el avance de las fuerzas iraquíes. “Hemos vivido dos años en una pesadilla”, dijo Mohamed (nombre ficticio para proteger su identidad) al describir la vida bajo el régimen del Estado Islámico en Mosul. En una ocasión, lo obligaron a mirar la lapidación pública de una pareja acusada de adulterio (zina). “[La imagen] me atormenta hasta hoy; veo a esa mujer, con un velo que le cubría toda la cara, las piedras que le lanzaban a la cabeza y la sangre que brotaba”.Cada una de las personas civiles que huyeron de las ciudades y pueblos en poder del Estado Islámico que conocimos durante un viaje de investigación de tres semanas de Amnistía Internacional al norte de Irak tenía historias realmente desgarradoras que contar. Un hombre describió así la espantosa situación después de un ataque suicida mortal del Estado Islámico contra un Hummer del ejército en la calle donde vivía en el este de Mosul: “La nevera voló al otro lado de la casa por la fuerza de la explosión [...] Mi familia tuvo suerte de salir viva, pero las casas de dos vecinos se derrumbaron, aplastándolos a todos dentro [...] Podía ver restos humanos entre los escombros”. En Al Qayyarah, ciudad situada al sur de Mosul, Amnistía Internacional recogió datos que indicaban que el Estado Islámico pudo haber cometido un ataque químico el 6 de octubre. Testigos presenciales dijeron que cayeron unos proyectiles de los que salía un líquido aceitoso amarillento con un olor fuerte a ajo o cebolla en un café local y en una vivienda familiar. Las personas expuestas sufrieron irritación en los ojos, dificultades para respirar, picores, enrojecimiento de la piel y finalmente, les salieron ampollas. Dos expertos en armas químicas consultados por la organización confirmaron que estos síntomas son compatibles con la exposición al gas mostaza. Una niña de cuatro años herida en el ataque estaba en ese momento en el jardín de un familiar.“La imagen me atormenta hasta hoy; veo a esa mujer, con un velo que le cubría toda la cara, las piedras que le lanzaban a la cabeza y la sangre que brotaba”“Mohamed”, civil que huyó del Estado Islámico cerca de Mosul.
Un hombre iraquí sostiene a su hijo herido en una explosión de mortero mientras recibe asistencia médica en el hospital de Gogjali, distrito de Mosul. © AP Photo/Manu Brabo
“No sabíamos que eran sustancias químicas, así que sólo la lavamos con agua. Al día siguiente empezaron a salirle ampollas. Al principio eran pequeñas y luego se hicieron más grandes, y tenía mucho dolor”, dijo su padre, que añadió que no podían pagar un tratamiento médico adecuado para ella. Desgraciadamente, después de años de recibir informes y documentar atrocidades cometidas por el Estado Islámico en Irak, Siria y Libia, estos aterradores relatos ya no sorprenden, pero siguen siendo impactantes. Sin embargo, los combatientes del Estado Islámico no son los únicos que cometen abusos en Irak, y los civiles que han huido de los horrores del régimen de este grupo desde que comenzaron las operaciones en Mosul no siempre encontraron protección en los lugares donde buscaron refugio. Amnistía Internacional halló indicios de que las milicias respaldadas por el gobierno conocidas como Unidades de Movilización Popular (PMU) y las milicias suníes de Movilización Tribal han sometido a los civiles que huían a ataques de venganza, aparentemente por considerarlos responsables de las atrocidades del Estado Islámico.“No sabíamos que eran sustancias químicas, así que sólo la lavamos con agua. Al día siguiente empezaron a salirle ampollas. Al principio eran pequeñas y luego se hicieron más grandes, y tenía mucho dolor.”Padre de una niña de cuatro años herida en un presunto ataque con armas químicas
Combatientes de las Unidades de Movilización Popular cantan eslóganes contra el Estado Islámico. © AP Photo/Hadi Mizban
Residentes de pueblos de los subdistritos de Mahalabia y Bartalla, en las afueras de Mosul, dijeron que unos combatientes que creían que pertenecían a las PMU, por sus banderas y las insignias de sus uniformes, les sometieron a palizas e insultos. Un padre de tres hijos que huyó de su pueblo el 4 de noviembre contó que los combatientes de las PMU separaron a los hombres de entre 15 y 45 años del resto de los lugareños para después amenazarlos y humillarlos: “Los hashd (PMU) [...] nos hicieron desvestirnos [...] y nos dijeron que formásemos en fila con las manos en los hombros de la persona que estaba delante [...] luego nos hicieron caminar mientras nos insultaban llamándonos Daesh y nos obligaron a ladrar como los perros y a rebuznar como los burros”. También contó que los combatientes de las milicias los amenazaron con matarlos y que uno agitó ante ellos un hacha con aire amenazante. Les dijeron que era una “venganza por la masacre de Speicher”: el homicidio estilo ejecución de alrededor de 1.700 cadetes militares chiíes cometido por el Estado Islámico en junio de 2014.Los lugareños que huyeron del subdistrito de Bartalla contaron que unos combatientes de las PMU de la minoría shabak encerraron hasta a 60 hombres en una habitación dentro de una escuela. Luego escogieron a once sospechosos de pertenecer al Estado Islámico a los que golpearon con barras de metal. Otros residentes de pueblos y ciudades al sur de Mosul contaron a Amnistía Internacional que los combatientes de Movilización Tribal (TM) (milicias suníes pertenecientes en su mayoría a sus propias tribus) saquearon y causaron daños a sus casas o los sometieron a detención arbitraria, y a tortura y otros malos tratos, acusándolos de apoyar al Estado Islámico. Algunos milicianos se jactaron con aire despreocupado ante el equipo de investigación de Amnistía Internacional de volar casas “Daesh” y de castigar a combatientes y a sus familias por sus crímenes. Si las autoridades iraquíes no frenan sin dilación a estas milicias que no rinden cuentas ante nadie, separando de sus funciones a los presuntos autores de abusos, existe el riesgo real de que se las siga alentando a tomarse la justicia por su mano y a imponer castigos de venganza a quienes consideran que han apoyado al Estado Islámico o simpatizado con él. Las incontables víctimas de los crímenes del Estado Islámico merecen justicia y reparación por los terribles abusos que han sufrido. Sin embargo, cometer ataques de venganza como “justicia” paralela las perjudica enormemente. Además, esto podría perpetuar el ciclo de violaciones e injusticias hasta mucho después de que termine la batalla de Mosul. Nota: Este artículo se publicó originalmente en Newsweek