La zona minera de Espinar, en el sur de Perú, es el epicentro de una crisis por metales tóxicos que amenaza la vida y la salud de miles de familias indígenas. Necesitan que su Gobierno actúe con decisión y le ponga fin. De lo contrario, podrían morir y sus comunidades desaparecer.
Con motivo del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, denunciamos este problema a través de las historias de tres personas que viven en Espinar.
Gerson López: niveles altos de arsénico y de manganeso en el cuerpo
Gerson López, 22 años. En la investigación que hizo Amnistía Internacional, Gerson presentó niveles altos de arsénico y de manganeso en el cuerpo. © AI
Gerson López tiene 22 años, es comerciante y vive en la comunidad indígena de Alto Huancané, en Espinar, con su madre. Todas las mañanas se levanta temprano para ir al mercado a trabajar y a comprar comida para cocinar.
Recuerda que, desde chico, los metales tóxicos han sido una amenaza constante para él y su familia.
“Cuando era niño, mi mamá me llevó a un hospital y me hicieron la prueba de orina. Pasaron 7 días. Mi hermanito menor, él tenía más metales pesados que todos nosotros, que toda mi comunidad, y yo era el segundo”.
En la investigación que hizo Amnistía Internacional, Gerson presentó niveles altos de arsénico y de manganeso en el cuerpo. Padece náuseas, vómitos y calambres frecuentes en las manos y los pies. Cuenta que su madre, su abuela, sus hermanos y sus primos también padecen enfermedades: “Estamos muriendo, estamos perdiendo a nuestras familias, estamos perdiendo a nuestro ganado”.
Para él Espinar es muy valioso por su gente, la cultura indígena Kana y sus recursos naturales. Sin embargo, le preocupa que la juventud de Espinar está yéndose por la crisis de salud y la falta de oportunidades educativas y laborales ante el abandono de las autoridades.
“Acá hay jóvenes talentosos. Espinar tiene un futuro increíble. Pero el Gobierno no nos ha ayudado en nada. Está olvidándose de nosotros”.
El mensaje para su Gobierno es sencillo: “Estamos pidiendo salud y respeto al medio ambiente. Quiero aprovechar mi vida, porque sólo una vida tengo”.
También llama a las personas jóvenes alrededor del mundo a unirse a la campaña y apoyar a las comunidades de Espinar: “No queremos morir lentamente. Por eso le pido a todos que luchen, levántense y sigan adelante porque, si no, va a ser demasiado tarde para nosotros”.
Hermelinda Umasi: niveles altos de cadmio, arsénico y manganeso en el cuerpo
Hermelunda Umasi. Le preocupa la situación de salud en Espinar y, en especial, la de los niños y las personas jóvenes. © AI
Hermelinda Umasi es una mujer de 60 años que vive en la comunidad indígena de Bajo Huancané, en Espinar. Su lengua principal es el quechua y habla un poco de español. Trabaja todos los días en el campo y en su casa. Le preocupa la situación de salud en Espinar y, en especial, la de los niños y las personas jóvenes.
“Hasta los niños no son los mismos de antes. Antes los niños eran más vivos y no estaban enfermos. Hasta mi nuera ha fallecido joven”.
Hermelinda siente el cuerpo pesado y tiene dolores en la espalda, los pulmones, los riñones y los huesos. Recuerda con tristeza que tuvo un abultamiento en la pierna, que ya fue operado, y que su esposo, sus hijos y su nuera murieron por enfermedades. En la investigación que realizó Amnistía Internacional, presentó niveles altos de cadmio, arsénico y manganeso en el cuerpo.
“Yo quisiera que nos cuiden del consumo de los metales pesados. El Gobierno recibe todo ese dinero de toda esa gente que como yo está enferma y contaminada. El Gobierno debería tener en cuenta el cuidarnos”.
Con respecto a la posibilidad de ser reubicada a otra zona del país, señala: “Si nos van a reubicar que nos curen, porque en nuestro cuerpo está toda esta enfermedad. Y si nos reubican, igual me voy a morir. Porque mi cuerpo ya no es sano, ya tiene metales”.
Ceferino Kana: niveles altos de arsénico en el cuerpo
Ceferino Kana. En la investigación que hizo Amnistía Internacional, presentó niveles altos de arsénico en el cuerpo. © AI
Ceferino Kana es un hombre de 40 años que vive en la comunidad indígena de Huisa, en Espinar. Tiene una esposa y un hijo. Cría vacas, ovejas y llamas y todos los días se levanta tempraño para ordeñar vacas y vender su leche.
A Ceferino le gusta vivir en el campo, pasar tiempo con los animales y jugar al fútbol: “En el campo nos sentimos más tranquilos, más libres que en la ciudad. A mí me gusta el deporte, el fútbol”.
También se siente orgulloso de haber nacido y vivir en Espinar: “Espinar tiene cultura y buenos sitios turísticos”.
Sin embargo, le inquieta la situación que están viviendo: “La crisis de salud en Espinar es preocupante por los metales pesados. Muchas comunidades que viven en el entorno de la mina tienen esa preocupación”.
Además, le indigna la actitud de su Gobierno frente a la crisis de salud en Espinar: “El Gobierno hasta ahora no se ha preocupado por el tema de los metales pesados porque hace tiempo estamos exigiendo al Gobierno pero no hay una buena atención. Las comunidades piden una atención especializada de parte del Gobierno”.
“Ceferino cuenta que tiene una enfermedad en los riñones que le produce dolor y también sufre dolores de cabeza frecuentes. Su vida cambió en 2012 tras descubrir que su hijo de cuatro años tenía metales en el cuerpo”
Ceferino cuenta que tiene una enfermedad en los riñones que le produce dolor y también sufre dolores de cabeza frecuentes. En la investigación que hizo Amnistía Internacional, presentó niveles altos de arsénico en el cuerpo.
Recuerda que su vida cambió en 2012, al descubrir que su hijo de cuatro años tenía metales en el cuerpo. “Ahí nos enteramos que muchas personas teníamos metales pesados, como plomo, arsénico. Incluso en los niños ya había. En ese tiempo tenía mi hijito cuatro años. Ya él estaba a los cuatro años con metales pesados”.
Y no olvida las palabras del médico que le entregó sus resultados: “Ustedes tienen arsénico, plomo en su sangre. Ustedes lo que tienen que hacer es retirarse de la zona, deben reubicarse a otro sitio para que no se sigan contaminando. Ya no deben tomar esta agua”.
A partir de ese momento, cuenta Ceferino, comenzó a vivir con un miedo constante. “Desde aquél día empezamos a desconfiar del agua y de los alimentos. Pero nosotros hemos nacido aquí, aquí vivimos y no tenemos otro sitio a donde ir”.
Ceferino no pierde la esperanza de que la situación en Espinar mejore y de que los niños y niñas tengan un mejor futuro. “Los niños tienen esos metales pesados, pero creo que si los atienden pronto, se pueden salvar y tener un futuro”.