La detención y la campaña de difamación contra seis defensoras y defensores de los derechos de las mujeres en Arabia Saudí demuestra que la supuesta actitud aperturista y reformadora del príncipe heredero Mohammad Bin Salmán no es más que una gigantesca y engañosa campaña de relaciones públicas. Todo parece indicar que las élites saudíes creen que es necesario que todo cambie para que todo permanezca igual.
En septiembre del año pasado una noticia procedente de Arabia Saudí hizo sonreír por primera vez en mucho tiempo a la opinión pública mundial. El rey Salmán bin Abdulaziz al Saud anunciaba que las mujeres podrían conducir en el país, poniendo fin así a una prohibición de facto contra las que decenas de activistas han luchado durante años. Las leyes no prohibían a las mujeres conducir, pero solo se otorgaban permisos de conducir a los hombres. Esta medida se anunciaba como parte de un amplio programa de modernización y reforma del país impulsado por el joven Mohammed Bin Salmán, designado príncipe heredero del reino saudí en junio de 2017. Sin duda, en un reino cuyas élites gobernantes se caracterizaban hasta hace bien poco por su elevada media de edad, ver asomar a la palestra el joven rostro de un treintañero futuro monarca prometiendo cambios importantes en una de las sociedades y sistemas políticos más cerrados del planeta representaba una novedad. Tal vez una esperanza.“Ver asomar a la palestra el joven rostro de un treintañero futuro monarca prometiendo cambios importantes en una de las sociedades y sistemas políticos más cerrados del planeta representaba una novedad. Tal vez una esperanza.”Juan Ignacio Cortés, Amnistía Internacional
Aziza al Yousef, al volante.
Sin embargo, las promesas no se han visto respaldadas por hechos. En noviembre, poco después del histórico anuncio acerca de la futura concesión de permisos de conducir a las mujeres, Amnistía Internacional ya se cuestionaba la sinceridad de las anunciadas reformas. Los niveles de represión dentro del reino árabe continuaban siendo intolerables y dolorosamente altos. En marzo, cuando el príncipe Bin Salmán emprendió su primera gira internacional visitando Gran Bretaña y Estados Unidos para presentarse como el símbolo de un nuevo tiempo, la desilusión era total: “La agresiva campaña publicitaria emprendida por Arabia Saudí para relanzar su imagen, empañada por una despiadada actuación represiva contra la libertad de expresión y una ofensiva de bombardeos en Yemen, no engaña a nadie”, asegurábamos desde Amnistía. Y es que la prohibición de conducir de las mujeres es tan solo una de las muchas violaciones de los derechos humanos que se producen en un país donde las ejecuciones, la tortura y la negación de la libertad de expresión forman parte de un terrible día a día, según describe nuestro último informe anual. El mes de mayo no ha hecho sino confirmar nuestro diagnóstico. Las autoridades saudíes anunciaban el pasado día 8 la segunda parte de la simpática noticia acerca de la concesión de licencias de conducir a las mujeres: tras haber realizado las adaptaciones legales pertinentes, Arabia Saudí empezaría a expedir carnets de conducir a las mujeres a partir del próximo 24 de junio. Sin embargo, cualquier alegría que este anuncio hubiera podido concitar se disipó pocos días después. A partir del día 15 de mayo destacadas defensoras de los derechos de las mujeres, muchas de las cuales habían sido protagonistas de la campaña que defendió su derecho a conducir como primer paso de un camino hacia la equiparación de derechos entre personas de ambos sexos fueron detenidas:Loujain al Hathloul, Iman al Nafjan, Aziza al Yousef, Aisha al Manea. Junto a ellas, también ingresaron en prisión el abogado Ibrahim al Modeimingh y el activista Mohammad al Rabea.Aziza al Yousef
Por si sus detenciones no fueran suficiente, las autoridades saudíes y los medios de comunicación afines están llevando a cabo lo que hemos calificado de “aterradora campaña de difamación”, acusándoles de “traidores” por formar parte de “una célula” que pone en peligro al Estado por su “contacto con entidades del extranjero con el objetivo de socavar la estabilidad y el tejido social del país”. La directora de Campañas para Oriente Medio de Amnistía Internacional, Samah Hadid ha señalado la evidente contradicción entre las palabras y los hechos del príncipe heredero: “Arabia Saudí no puede seguir proclamando públicamente su apoyo a los derechos de las mujeres y otras reformas mientras ataca a activistas y defensoras de los derechos humanos por ejercer pacíficamente su derecho a la libertad de expresión, asociación y reunión”. Pudiera ser que la explicación para tamaña incongruencia se deba a que el príncipe heredero no es un buen reformista, pero sí un buen lector. Si este es el caso, seguramente conoce la novela El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. En ella, Tancredi Falconeri, un miembro de la decadente nobleza siciliana que ha maniobrado hábilmente para seguir manteniéndose en el poder tras la unificación de Italia le explica a su tío su estrategia/ideario político: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Quizá, tristemente, las promesas de reformas de la elite gobernante saudí se reduzcan a eso: una gigantesca operación de lavado de cara para seguir manteniéndose en el poder a expensas de ignorar y pisotear los derechos de su gente con las herramientas de siempre: represión de la libertad de expresión, torturas y ejecuciones.